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Entrevista central, martes 3 de mayo: Camelia Huino, Carlos Varela

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EC —Incorporamos a la conversación al alcalde Carlos Varela, que tiene 43 años, vive en el Cordón, cerca de allí, y fue reelegido en el año 2015 para este cargo. O sea que ya tiene años de experiencia.

CARLOS VARELA (CV) —Seis años.

EC —A partir del panorama que planteaba Camelia, y que ustedes conocen de memoria, ¿cuál es la primera reacción, la primera respuesta?

CV —Hay que contextualizar la problemática. Estamos claramente ante una situación de derechos contrapuestos, vivimos en una sociedad de derecho y como administradores públicos nos atenemos y debemos acatar la ley y las reglamentaciones presentes.

Indudablemente tenemos en conflicto el derecho al esparcimiento, a la diversión, el derecho al emprendedurismo, y por tanto a la generación de empleo, y un derecho principal que debemos cuidar y proteger, que es el derecho al descanso en barrios que son residenciales. En el centro de ese entramado, de ese conflicto, tenemos un problema de convivencia.

EC —¿No había ninguna normativa que impidiera instalar este tipo de locales en esa zona?

CV —No, en el marco de cumplir con todos los requisitos que la norma establece, no tenemos, salvo la subjetividad, elemento para prohibir la instalación.

EC —Es curioso, porque es un barrio de una densidad importante y donde las casas están pegadas, una al lado de la otra. Que una de esas casas, una sola, sea utilizada para un boliche genera ya una distorsión. Es curioso que no haya normas sobre eso.

CV —Acá empieza a complejizarse la situación. Porque la problemática –y bien lo decía Camelia, comparto casi todo lo planteado, por no decir todo– está dada más en el ruido social, el que se genera fuera de los boliches, que por el que se genera dentro. El que se genera dentro existe, pero el sistema de control es mucho más concreto, específico; es invasivo, hay que cambiarlo, hay que modificar eso, pero existe. La problemática central hoy en esta zona es de ruido social, por eso digo que es un tema de convivencia, de cambio cultural, de cambio del hábito de la salida. Hoy salimos a la 1 de la mañana.

EC —Usted alude a que acá está en juego una tendencia relativamente nueva: uno, por los horarios que están utilizando estos locales; dos, por la costumbre del público de desarrollar buena parte de la salida no dentro del local sino en la vereda, etcétera.

CV —Sí, de hecho –te pongo un caso–, unos vecinos nos acercaron fotos de cómo había quedado la vereda de su casa, con cajas de vino y vasos de plástico rotos. Nosotros llamamos al comercio inmediato –en ese caso había un solo comercio en el entorno– y le dijimos que lo íbamos a multar, que no podía ser, porque veníamos trabajando con ellos todo este tema de la problemática de convivencia con el vecino, y el comerciante nos dice, con buen criterio: “Pero esto es lo que yo les digo siempre: se genera una movida por fuera del comercio, más allá del comercio. Porque yo no vendo vino en caja, mi botella de vino es de vidrio de tres cuartos y la más barata sale $ 250”. Entonces esa problemática se genera porque hay también una moda de venir a “hacer puerta”, a encontrarse con otros, eso va generando el ruido, y el que sale y el que entra.

EC —Es más complicado aún entonces. El público que está fuera de un local no necesariamente compró en ese local, no necesariamente es cliente de ese local. Una parte sí, otra parte no.

EV —Exactamente, ahí están las complejidades. Ahí se trabaja con los bolicheros particularmente, hay algunos con buen criterio en la lógica de la mediación, de acordar con los vecinos, que una vez que salen no dejan entrar, que cuando salen a fumar no pueden salir con bebida. El problema es que no son todos. Y en este sentido hay que construir normas generales, de consenso, de esas que cuestan más pero que son más efectivas, en tanto, intentamos, por una norma, obligar a que los comercios cierren, pongámosle, a la 1, a las 2, a las 3 de la mañana. Pero si esto no está de la mano del cambio cultural, del cambio de la lógica de la salida, de cómo se mueve hoy, que es una idiosincrasia típica uruguaya –en parte algo en Argentina, pero no en el mundo, en el mundo se sale a las 10, y a la 1, las 2 está todo cerrado–, podría generar que los boliches estén cerrados pero la gente esté en la calle y no solucionemos el problema de los vecinos. Y lo que queremos es solucionarles el problema a los vecinos. Entonces necesitamos trabajar en consonancia, en sintonía, con los bolicheros, con los usuarios, con los vecinos, para realmente lograr el cambio cultural, que es la solución de fondo.

EC —Lo delicado es que está pasando el tiempo, esta situación ya tiene por lo menos dos años. Además da la impresión de que ha ido creciendo, que la presencia de este tipo de locales en ese barrio es algo que evoluciona.

CH —Sí. Aunque ahora con la nueva normativa que se votó en la Junta el viernes resolvieron que por un año no se den más permisos para instalar boliches. Pero tenemos los 25, ya están.

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