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Entrevista central, miércoles 10 de febrero: Fernando Butazzoni

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Basada en un hecho real, una estremecedora historia de amor y solidaridad es el hilo conductor de esta poderosa narración que recorre la vida de un joven uruguayo que sospecha ser hijo de prisioneros políticos desaparecidos durante la dictadura y cuyo padre de adopción, un capitán del Ejército, se suicida tras dejar un duro testimonio de su paso por los servicios secretos. Un periodista, el propio autor de la novela, se aboca a desenredar una oscura madeja de engaños y contradicciones que lo llevará hasta las entrañas del mismísimo KGB soviético. (Contratapa de Las cenizas del Cóndor)

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EC —No alcanza con decir que Las cenizas del Cóndor está basada en hechos reales. Es algo más complejo, tiene detrás un trabajo periodístico impresionante. Tú has llegado a calificarla como novela reportaje.

FB —Sí; es un género que existe, no inventé nada y no creo tener capacidades para inventar nada.

EC —Da la impresión de que en este libro tú te preocupás por reducir al mínimo el aporte de tu imaginación.

FB —Sí; el aporte de la imaginación está siempre en función de los hechos que se narran, que no solo están documentados, sino que son de público conocimiento. Aunque la capacidad de olvidar que tienen nuestras sociedades es muy grande. Por ejemplo, cuando fui a Santiago me crucé –no hablé con ella– con la escritora chilena Mariana Callejas, que fue una de las asesinas del general Prats, lo cuento en el libro. Esa es una señora que anda por Santiago, que fue a la Feria del Libro de Santiago como fui yo, que fue juzgada, fue condenada… Es decir, ¿para qué imaginar cosas cuando la realidad es tan brutal?

EC —Ahí estás haciendo referencia al asesinato, ocurrido en Buenos Aires, del militar chileno Carlos Prats, una operación que ordenó el general Pinochet, porque era uno de sus adversarios.

FB —Exacto. Fue llevada adelante por esta mujer y su marido, Michael Townley, un estadounidense que trabajaba para la DINA y también para la CIA.

EC —Para el lector, a partir del título del libro, es esperable que en la trama aparezcan las dictaduras de Uruguay, de Chile, quizás incluso el final del Gobierno peronista de Estela Martínez de Perón, y también que se mezcle la CIA. Pero puede sorprenderlo el protagonismo que tú le das a la KGB, incluso con varias situaciones que transcurren en distintos lugares de la entonces URSS; por ejemplo, rincones congelados de Siberia… ¿Por qué metés a la KGB en este baile?

FB —Porque la KGB tuvo que ver. Tuvo que ver con la historia concreta de Aurora, para mi sorpresa, pero después investigando me encontré con que la KGB tuvo que ver fuertemente con algunos episodios que ocurrieron y que podían no haber ocurrido o que no ocurrieron y podían haber ocurrido.

EC —La URSS tuvo una actitud muy ambigua ante los hechos de represión política que se vivían en Argentina en el año 74, por ejemplo.

FB —Ambigua… por decirlo elegantemente. La Unión Soviética tenía una permanente evaluación de qué hacer, si ayudar a los perseguidos, que eran cazados como ratones, o hacer negocios con trigo con Argentina. Llegó a tener en el seno del Gobierno de Perón a uno de sus agentes como ministro de Economía, nada menos, que fue el que organizó toda esa estructura de cooperación económica entre Argentina y la Unión Soviética.

EC —Recordemos el nombre.

FB —José Ber Gelbard. Era un polaco pobre, que llegó como inmigrante a la Argentina, gran negociante, un tipo de grandes habilidades, que logró construir una fortuna. Se hizo presidente de los pequeños empresarios argentinos, se vinculó al peronismo y no sé por qué vías, pero en el año 73 Perón lo nombra su ministro de Economía. Después quedó lo suficientemente claro, pese a las desmentidas de la familia, que desde el año 1956 había estado al servicio de los intereses soviéticos en Argentina.

EC —A partir de la KGB surge uno de los personajes de la novela. Katia Liejman, o María Eugenia, porque utiliza los dos nombres, esta agente de la KGB que se instala en Buenos Aires en abril de 1974, cuando todavía gobernaba Estela Martínez de Perón, existió.

FB —Existe.

EC —Tú llegaste a ubicarla, muchos años después, cuando vivía con otro nombre en un rincón de Venezuela. Su testimonio fue muy importante para avanzar mucho más en este puzzle.

FB —La gran utilidad que tuvo el testimonio de ella fue la de avalar la historia de Aurora. Porque la historia de Aurora, tal como yo la conocía, tenía ribetes bastante inverosímiles.

EC —Cinematográficos, como de guion de cine, pero eran absolutamente verdaderos.

FB —A tal punto que tuve que quitar muchos detalles verdaderos porque le daban aún más inverosimilitud a la historia. Tuve que atemperar un poco la historia en sus detalles para poder generar en el lector una sensación de que lo que se estaba contando no solamente era verdadero, sino que además había ocurrido tal y como se contaba. Entonces la gran utilidad que tuvo el testimonio que encuentro 35 años después de esta señora fue la de terminar de confirmarme detalladamente toda la historia.

EC —Estamos hablando de una agente de la KGB instalada en Argentina que discrepa con la forma como la Unión Soviética está manejando esa situación, a la que le cuesta cumplir con las órdenes que recibe, porque ella se subleva ante la violencia desatada, sobre todo violencia frente a militantes de izquierda, por ejemplo, y que termina teniendo una relación con este capitán del Ejército uruguayo que iba a Buenos Aires como correo entre los dos aparatos represivos y a partir de esa relación termina colaborando para salvar a Aurora de la muerte.

FB —De ahí surge el vínculo entre Aurora y Katia.

EC —Por eso, es tan enredado todo…

FB —Es como fue. También era bastante frecuente, ocurrió en Argentina y en muchos otros países; es más, la técnica tiene hasta un nombre, la llaman técnica Romeo, y consiste básicamente en que los infiltrados en otros países, con otros nombres, establezcan vínculos afectivos con personas del medio como forma de aquerenciarse, de asentarse, de conseguir información, de facilitar su vida. Eran vidas muy difíciles, muy duras, en condiciones de clandestinidad totales, con otro nombre, con una fachada, con otra nacionalidad, con otro idioma que no era su lengua materna. Esta mujer nunca fue una agente operativa, fue más bien una analista –eso es otra cosa interesante–, fue enviada de manera independiente para tener una especie de contrachequeo de lo que hacían los espías formales en Buenos Aires, para que diera una versión que algunos esperaban que fuera distinta de la que daban los demás agentes soviéticos en Argentina.

De eso está llena la historia de estos años. Hay un libro impresionante de quien fuera director de la policía secreta en Alemania del este, Markus Wolf, una autobiografía que escribió él mismo –ya murió–, que se llama El hombre sin rostro, en la que cuenta detalladamente decenas de estos casos, de agentes que son implantados en el exterior. Cuenta una historia que es brutal, la de uno de los agentes de ellos que estaba infiltrado en Santiago de Chile durante el Gobierno de Allende y que se robó unos pasaportes de la cancillería chilena, lo cual ellos mantuvieron siempre en el más estricto secreto durante años para que el Gobierno de Allende y después los partidos de izquierda que estaban exiliados no se ofendieran con sus amigos alemanes que les habían robado pasaportes para otras actividades.

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EC —Mañana viajás a La Habana a recibir el premio de Casa de las Américas y al regreso te va a tocar la dulce espera, esperar hasta abril, cuando se larga el Premio Vargas Llosa de Novela. Mientras tanto continúa la preparación de la película basada en Las cenizas del Cóndor. ¿Cómo viene ese otro proyecto?

FB —Los proyectos de cine y de productoras independientes, es decir todos los que no sean de grandes estudios o de grandes productoras, son siempre muy laboriosos, muy difíciles de parir. De todas maneras se está avanzando, estamos trabajando en el guion, hay creo que cuatro productoras metidas en el proyecto. Yo estoy muy conforme, creo que se va avanzando bien, veremos en qué termina. En materia de cine suelo ser muy escéptico porque la mayoría de los proyectos no terminan concretándose.

EC —Pero ya tenés experiencia en cine…

FB —Sí, tengo una interesante experiencia en cine. He escrito unos cuantos guiones…

EC —… la más reciente es Esclavo de Dios.

FB —Fue una experiencia muy linda por un lado y también muy traumática por otro, porque generó un montón de discusiones, polémicas, acusaciones que a la película la ayudaron a promocionarse pero a mí no me ayudaron demasiado en mi tranquilidad espiritual.

EC —Felicitaciones y suerte con los trabajos que vienen por delante.

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Algunas preguntas de los oyentes, contestadas fuera del aire, por escrito, por Fernando Butazzoni

¿Esa historia que cuenta el libro es conocida por la justicia?
Según tengo entendido algunos datos que aparecen en la historia se incorporaron a una de las causas que investiga los enterramientos en el batallón 13. De todas formas, la posibilidad de aportar datos es potestad plena de Aurora Sánchez, no mía. Ese fue mi acuerdo con ella. Por cierto que es un acuerdo mucho más periodístico que literario. Por otro lado, he insistido siempre en que el libro es una novela y no un acta testimonial. Es más: la primera palabra que aparece en el libro después del título es justamente esa: “novela”. A efectos legales debe considerarse eso: una novela. Si ayuda, fantástico. Pero mi trabajo no fue de investigación jurídica. Los lectores sacarán sus propias conclusiones después de leer el libro.

¿Qué pasó con Juan Carlos, el muchacho, cuando se enteró de que su madre no era adoptiva sino su madre biológica?
En el libro se cuenta. Juan Carlos asumió como pudo la verdadera historia de su origen. Debió de ser difícil para él, pero no conozco detalles.

Aquel joven, ya hombre, ¿vive acá? ¿Qué hace hoy?
Hasta marzo de 2014 por lo menos Juan Carlos vivía acá en Uruguay y trabajaba en una empresa.

¿Qué fue de la vida de Aurora?
No conozco más detalles de los que se informa en el epílogo del libro.

Video de la entrevista

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Transcripción: María Lila Ltaif

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