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Entrevista central, miércoles 8 de junio: José Serebrier

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EC —Volvamos a su niñez organizando orquestas juveniles. ¿Efectivamente, con esa edad, terminó dirigiendo en el viejo Auditorio del Sodre?

JS —Sí, la orquesta juvenil. Pero recién llegué a hacer mi debut con la Orquesta Sinfónica del Sodre, en el viejo Auditorio del Sodre, cuando ya tenía 18, 19 años, vine de EEUU a dirigir un concierto.

EC —Se fue a EEUU cuando tenía 16, 17 años. Había recibido una beca especial del Departamento de Estado, y eso a su vez tuvo su origen en un encuentro que tuvo acá en Montevideo con un crítico de música y compositor estadounidense, Virgil Thomson. Ahí hay otra anécdota que vale la pena conocer.

JS —Absolutamente. Eso fue extraordinaria suerte. Thomson era un crítico de música muy importante en EEUU, y en esa época (1955, 1956) cerró su diario, el Herald Tribune; quedaron solamente el New York Times y el New York Post. Entonces el Departamento de Estado le dio una especie de estipendio para viajar por América del Sur a dirigir sus composiciones. Era un compositor muy importante.

El único país donde no lo dejaron dirigir sus obras fue Uruguay, por razones técnicas; no había tiempo, etcétera. Estaba muy molesto. En lugar de dirigir sus obras, dio una conferencia, una charla. Y las únicas personas que fuimos a la charla fuimos mis padres y yo, tres personas. Yo no hablaba inglés, mis padres tampoco, no entendíamos una palabra de lo que decía Virgil Thomson. Él se dio cuenta, nos miró, y después de diez minutos dijo: “Esto es imposible”, y se fue, muy enojado. Era un hombre con un carácter muy fuerte.

Yo llevaba conmigo mis partituras, mis composiciones, las pocas que tenía en esa época. Traté de dárselas al agregado cultural de la embajada americana, James Webb, y Webb me dijo: “No, mejor no, porque está muy molesto. Las guardo, pero no creo que se las pueda dar”.

A la mañana siguiente, sonó el teléfono; no teníamos teléfono, en esa época era muy difícil conseguir teléfonos. La farmacia de enfrente nos vino a buscar: “Hay una llamada para José, del aeropuerto”. Tuve la intuición de que algo importante pasaba, crucé la calle y hablé por teléfono con el señor Webb, que me dice: “Le di sus partituras, las miró toda la noche, está muy convencido de que le va a conseguir una beca para ir a estudiar a EEUU”. Y el resto es un milagro. Habló con el gran compositor Aaron Copland, que en ese momento era el más importante en EEUU; habló con Eugene Ormandy, director de la orquesta de Filadelfia; se movió de una forma increíble. Y fue él que me consiguió la beca del Departamento de Estado.

Eso me dio una gran lección, por lo tanto cada vez que puedo ayudo a jóvenes músicos en todo el mundo. Porque lo que hizo Virgil Thomson, en el único país que no lo tomó en serio, fue extraordinario. Eso me abrió las puertas por lo menos para estudiar, entrar en EEUU.

EC —Ese fue su despegue. A partir de aquel momento usted siguió siendo uruguayo, pero en el mundo. Porque se instaló en EEUU, definitivamente.

JS —Como estudiante, solamente como estudiante. Otro gran uruguayo me ayudó también; todos mis comienzos fueron gracias al Uruguay, lo cual para mí es muy importante. El embajador Rodríguez Fabregat, el gran embajador de Uruguay en las Naciones Unidas. Alguien le escribió que yo iba –no recuerdo quién–, y me recibió como si fuera un padre, me trató como a un hijo y me ayudó en muchas cosas. El primer concierto de obras mías en Nueva York fue arreglado por Enrique Rodríguez Fabregat, extraordinario. También con la gente de la United Press Association. Cada vez que yo estornudaba salía en las noticias gracias a Rodríguez Fabregat.

Un pequeño secreto, que ya no es secreto. Rodríguez Fabregat era una de las personas más famosas en las Naciones Unidas, siendo de un país tan pequeño, comparado con el resto del mundo, como Uruguay. Se lo merecía. Pero una de las formas en que lo lograba era que cada cinco minutos lo llamaban por los parlantes: “Profesor Fabregat, lo llaman por teléfono”. Y le pregunté: “Usted tiene muchas llamadas…”; “No, no, le dije a mi secretaria que cada 5, 10 minutos anuncie mi nombre”. Y cuando la gente lo conocía, el embajador de China, de Rusia, de donde fuera: “Ah, usted es el profesor Fabregat, de Uruguay”.

EC —Es una anécdota divertida de alguien que, de todos modos, por sí mismo, fue efectivamente un diplomático importante.

JS —Extraordinario.

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