RC —Planteados los enfrentamientos en los términos en que se han planteado, el objetivo de su libro sigue siendo que hay que conversar, que hay que dialogar. ¿Es posible ese diálogo, es posible sentar a las tres comunidades para que lleguen a un acuerdo más tranquilo que el que hoy tienen enfrentados?
RB —Es como mínimo imprescindible. Es difícil, pero es imprescindible.
RC —¿No es utópico?
RB —No, no creo que sea utópico.
EC —Tú hablás del diálogo, un diálogo que tenga como sustento ese origen común que se ha desvirtuando.
RB —Claro, ir hacia atrás para que encontremos de nuevo nuestras afinidades y desde el reencuentro con las afinidades podamos volver a los problemas que tenemos sobre la mesa para poder plantearnos soluciones más serenas. Y ya se me ocurre una primera que también es imprescindible: que como el conflicto hoy en día esencialmente está dentro del mundo musulmán, no basta con que nos pongamos en una posición defensiva –que es necesaria, por temas de seguridad–, sino que tenemos que empezar a encontrar dentro de ese mundo musulmán, que en última instancia no nos es del todo ajeno, partners, socios moderados que sean nuestros aliados para que ellos puedan primar dentro de su propio entorno y hacer la evolución de modernidad y de humanismo que también sucedió en nuestras corrientes religiosas. El cristianismo y el judaísmo han tenido también vertientes de un radicalismo brutal, el Renacimiento y la Ilustración transformaron la lectura que hemos hecho de nuestra tradición. Habría que ayudarlos a ellos a que ellos también hagan una nueva lectura que no los empuje a los extremos en los que están hoy en día.
EC —La idea se entiende. ¿No es utópica? ¿No es completamente irreal?
RB —Somos occidentales, y como occidentales decía que compartimos tres principios: el ser humano es el centro del universo, hay una historia lineal que avanza y esa historia tiene que terminar en la utopía. Por lo tanto ser utópico es ser occidentales, es ser fieles a nosotros mismos.
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Transcripción: María Lila Ltaif
