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Entrevista central, viernes 22 de julio: Roberto Canessa y Pablo Vierci

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EC —El libro llevó un proceso de elaboración de diez años. ¿Por qué tanto tiempo?

PV —Fue una iniciativa de Roberto. Notoriamente era un libro largo, es lo más lejano de la vanidad posible, pero siempre dije que esto era una historia global. Porque era global lo de los Andes y es global lo que hace en las cardiopatías congénitas y esa especie de generosidad permanente, esa energía diseminada a los pacientes de Uruguay, que, como Roberto utiliza la aureola de los Andes para tener una red con los mejores médicos del mundo, son vistos en ateneos en todas partes del mundo. Esto requería mucho esfuerzo, hablar con muchas personas, no solo con la familia, el entorno íntimo de Roberto, porque necesitábamos tener el Roberto desde su punto de vista, pero también el Roberto mirado desde afuera. Porque ese Roberto del pasado que no se puede modificar del 72 y el del presente que sí se puede modificar, con los 100.000 pacientes que ha atendido, no me lo va a contar solamente él, porque él tiene una visión parcial, y ahí estaban los pacientes.

Teníamos que agarrar pacientes en diferentes circunstancias. Es muy bueno ver al niño a los dos años y a los siete, o uno que ves ahora y después no está más porque murió. Y ver a una niña […] a los 17 y a los 22, verla cuando está dudando de si vive o no y verla cuando ya tiene la vida asegurada y puede ampliar el horizonte y hacer planes de largo plazo. Era clave eso, ver las etapas. El libro es la etapa del 72 al presente, entonces también veamos las etapas de las otras historias épicas similares a la de los Andes, que son las de estos sobrevivientes.

EC —El libro está todo redactado en primera persona, cada capítulo es una voz, a veces la del propio Roberto, a veces de familiares, a veces de pacientes, otros protagonistas de esta historia, de estos cuarenta y pico de años. Cada uno de ellos habla en primera persona, pasado por el filtro del escritor, Pablo Vierci. Eso es muy potente.

PV —Es una primera persona autorizada. Son muchas horas de charlas para terminar con lo que está publicado. Y muchas horas de charla con otros pacientes que no están en el libro, por una circunstancia bastante curiosa. Cuando estamos haciendo la edición del libro en EEUU, nos dicen: “La historia es tan maravillosa que parece ficción, pero es un libro de no ficción, y es muy peligroso contaminar un libro de no ficción con ficción. ¿Cómo hacemos para que la gente se dé cuenta de que esto es de verdad?”. Entonces propusimos poner solamente los pacientes que quisieran aportar el nombre, el apellido en el 99 % de los casos y una fotografía. Y todos los que por razones absolutamente comprensibles –creo que yo sería de esos– no quisieron poner el nombre de su hijo y de ellos mismos quedaron afuera. Fue una tarea muy ardua. Esta historia es en primera persona porque cada uno la contaba con el corazón en la mano: Roberto, el hijo, el papá…

EC —“Con el corazón en la mano”, casualmente. Parece un juego de palabras.

PV —Pero no es.

RC —Además esto sigue. Ayer de tarde vino una niña que nació en Uruguay, que no tiene arterias pulmonares, la tía que es médica en España le consiguió para operarla allá y ahora viene a Uruguay. Tienen que ir a la Fundación Favaloro a hacerle una resonancia magnética, la tecnología se te mete adentro del cuerpo y te muestra todo. Volví a mi casa y me sentía como Borges cuando está aburrido de no ir a París, yo digo “estoy aburrido de no ir a la Medical Heart Association a ver qué están haciendo con estos chicos, a ver qué está haciendo […] allá en San Francisco”. Ese desafío de “no se puede, este niño no se puede, dejalo así” es como la adrenalina del motocross o del rugby. ¿Cómo que no se puede? ¿Por qué no se puede? Todos esos sentimientos. Ya le escribí a Meryl Cohen al hospital de Filadelfia: “¿Dónde vas en la próxima?”, “Me voy a Nueva Orleáns a la American Heart”. Ahí veo que los tigres tienen problemas parecidos a los nuestros, que ellos también tienen esa barrera. O sea que estamos juntos el médico rural –que soy yo acá en Montevideo, que es un barrio de Nueva York– y el de EEUU con el desafío de la sonrisa de ese niño.

PV —Y la adrenalina de los Andes. Los Andes es el umbral entre la vida y la muerte, 70 días constantemente en la zona gris del umbral entre la vida y la vida. Eso lo reproduce 35 años después con 100.000 pacientes. El libro es como una gran pregunta y se esbozan respuestas. Las respuestas las esbozan los que hablan, la esboza el conjunto del libro. ¿Por qué una persona que vivió esa adversidad de 70 días en la zona gris, en el umbral entre la vida y la muerte, intenta que los sobrevivientes no traspasen la frontera, por qué se pasa en la misma zona geográfica metafísica en los 35 años posteriores? Esa es la gran pregunta y lo que intenta responder el libro.

***

EC —El libro tiene 373 páginas, la mitad dedicadas a narrar la experiencia del accidente y lo que pasó luego hasta el rescate, el 22 de diciembre de 1972. Ahí se incorpora un relato detallado y diario de los diez días de la caminata que realizaron Canessa y Fernando Parrado atravesando la cordillera, ya al límite de sus fuerzas, para terminar topándose con el arriero Sergio Catalán y conseguir que se pudiera rescatar al grupo que había quedado en el fuselaje del avión. ¿Cómo lograste recordar aquella caminata? ¿Cómo hiciste para sacar de la memoria todos esos entretelones?

RC —Es muy difícil de olvidar. Es muy difícil de olvidar cuando salimos y nos abrazan todos en el fuselaje y me dicen: “Roberto, sé que vas a llegar”, Javier Methol que me mira a los ojos y me dice: “Vas a llegar, seguro”. Y empezar a escalar, eso que era absurdo, era ridículo, pero que tenía una base lógica de que cada paso era un paso y que cada paso nos acercábamos a Chile y que la distancia era finita. Y los diálogos con Nando constantemente, con la otra persona llegás a ser uno de una manera increíble. En esa sociedad de la nieve Parrado y Canessa éramos los brazos de uno y la mente del otro. “¿Qué te parece, Músculo?, ¿por acá?, ¿por allá?”.

EC —Músculo es el apodo de Roberto Canessa.

RC —El nombre de guerra. Y ver la nieve y los lugares y esas dos montañas que parecían juntas están separadas, hay un pasaje en el medio. “Mirá para allá, mirá para acá, mirá aquel cerro dónde está”, “Cuidado que acá está muy resbaloso”, “¿Pararemos?, ¿no pararemos?”. Te empezás a mojar.

EC —“Me dejé olvidados los lentes de sol no sé dónde hace como una hora en esta caminata. Y no puedo seguir si no los recupero”. Ese es un momento dramático.

RC —Sí, pero era un momento ya de gloria porque ya estábamos al lado del río.

EC —Casi casi llegando…

RC —Habíamos llegado al hotel cinco estrellas, había pasto, había agua, había vida, había mosquitos, había hormigas. Estábamos en el entorno de vuelta.

EC —Pero sin esos lentes no podías seguir y no fue fácil localizarlos de nuevo.

RC —Creo que busqué el camino más fácil para volver y ahí estaban, arriba de una piedra. La calentura de Nando también hay que destacarla.

EC —¿La calentura por la pérdida de tiempo?

RC —“¡Músculo! ¿Pero cómo? ¡Escuuchame…!” Nando es ansiedad, papapapá, y como soy contra de alma, yo ahí era el tranquilo: “Pará, tenés razón, estuvimos bien en parar, estaba agotado”.

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