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Entrevista central, viernes 22 de julio: Roberto Canessa y Pablo Vierci

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EC —Roberto, cuando la tragedia tú eras estudiante de Medicina, estabas en segundo. Al volver podías haber hecho muchas cosas, entre ellas abandonar la medicina. Y suponiendo que siguieras, no era obvio que ibas a elegir esta parte de la medicina. ¿Fue deliberado? ¿Tú quisiste, a partir de la experiencia aquella, concentrarte en este momento de la vida del ser humano?

RC —Trabajaba con mi padre en el Italiano en cardiología.

EC —Estaba la huella del padre, eso influyó.

RC —Sí, creo que cada cual tiene que aprovechar las puertas que tiene. Recuerdo que una de las mellizas […], una cardióloga un poco mayor que yo, me dice: “¿Qué hacés acá mirando hepatitis? Andate con tu viejo al Italiano a hacer cateterismo cardíaco. Yo voy a estudiar diez años para ver si logro eso”. Ahí vi los niños, y los niños son una cosa interesante, porque están mal armados de fábrica.

EC —Mal armados de fábrica…

RC —Claro, en la cardiología de adultos son las coronarias que están todas apolilladas y todas rotas, porque fumaron mucho, entonces estás siempre emparchando, como una casa vieja. En cambio en los niños estás rearmando una vida, y esa vida después se proyecta al infinito. “¿Qué va a pasar, Roberto, dentro de 30 años con mi hijo?”, “Mirá, por suerte voy a estar jubilado”. Es un chiste maldito que les hago, porque yo sé que voy a estar igual al lado de ellos. Es como una carrera de postas por la vida, vos le trasmitís vida y él sigue y de repente te supera a ti.

EC —Volviendo a lo que charlábamos, por qué la opción de profesionalizar la angustia.

RC —No, no, no…

EC —Es una manera de verlo. Tú pasaste por una angustia fenomenal, por un estrés, por un drama terrible en los Andes. Después de aquello podías haber dicho: “Voy a dedicarme a otra cosa que no tenga nada que ver”. Acá estás todos los días, y varias veces por día muchas veces, “viviendo” la cordillera.

RC —Porque me gusta decir que “no se puede” no existe. Se puede; se puede tratar, no te digo que se pueda. “Este niño es un caso perdido, no se puede”. ¿Cómo que no, si en otros lados lo hacen, si en otros lados están, si en otros lados sobreviven?, ¿cómo que no?”. Eso es lo que te lleva, sabés que un cirujano […] puede mejorar un tracto de salida. Y además ves tus errores, un montón de cosas que pensabas que eran de una manera y después son de otra, el enfrentarte a tu error es la mejor manera de humildad, se te acaba todo ahí. “Mirá que el ventrículo tiene otra válvula…”, todo ese proceso demandante de todos tus sentidos es vertiginoso y apasionante, es el mismo sentimiento que tenía cuando jugaba al rugby, pero en lugar de ser físico es intelectual.

PV —Hay improntas emocionales, hay adversidades, situaciones de la vida que te quedan grabadas, una huella indeleble. Creo que los Andes fue eso, y entre otras cosas lo que hubo ahí fue impugnar el final preestablecido de la historia. El final preestablecido era morirse, congelarse, no llegar a atravesar la cordillera a pie. Y esa impronta emocional, desde mi punto de vista –y los hijos lo dicen en el libro, Roberto no lo dice tan explícitamente, porque él es parte interesada, pero sí los que están muy cerca–, lo que hace constantemente es impugnar el final preestablecido de la historia. Niños que están desahuciados y que recibieron el diagnóstico de médicos que siempre estuvieron vivos ahora van a recibir el diagnóstico de un médico que también estuvo muerto. Entonces él lo invita a impugnar el final preestablecido, y la madre y los padres de ese niño lo aceptan de una manera diferente porque esta persona ya lo impugnó y ya atravesó los Andes a pie, la muerte le pasó por el costado y él le ganó.

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