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Entrevista central, viernes 22 de julio: Roberto Canessa y Pablo Vierci

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EC —Hablando de los hijos y de esto, en el libro aparecen comentarios del padre de Roberto, Juan Carlos, ya fallecido; de quien entonces, en el 72, era su novia y ahora es su esposa, Laura Surraco, y de sus hijos. Uno de estos testimonios es el de Lala. Ella cuenta que fue educada con la casi “obligación de disfrutar” la vida. ¿Efectivamente…?

RC —Es muy romántico.

PV —Me lo dijo ella.

RC —“Me manda a pasear”, hay todo un discurso terrible. Que entrevisten a tus hijos es una de las […] mayores.

PV —Él no estaba presente, esa es la verdad.

EC —¿Es verdad?

PV —Absolutamente; si no, me lo habrían dicho ellos. Él no estuvo presente en las entrevistas.

EC —En la cabina está otro de los hijos. ¿Es verdad? Dice que sí.

RC —No vale.

EC —Pero Lala dice algo más: “Yo le digo: papá, vos le decís a todo el mundo que disfrute de la vida y el que menos disfruta sos vos. Porque él se preocupa tanto para que todo el mundo esté bien que se olvida de estar bien él; se relega tanto que ni siquiera le queda tiempo. Y se olvida de sentir; incluso se olvida de estar triste”. ¿Cómo recibís esta crítica?

RC —Capaz que tiene razón. El otro día Nando me decía: “Venite a veranear, está divino”, “No, la culpa no me deja”. Tipo judío, el manejo de la culpa… no sé, evidentemente no soy ejemplo de nada. Vivo como puedo, me engancho del día a día. Ahora estoy pensando en [un bebé de] 1.700 g que tenemos en el Pereira Rossell…

EC —¿Cómo?

RC —Un niño de 1.700 gramos que tiene una cardiopatía y los cirujanos no se animan a operarlo porque dicen que tiene mucho riesgo, y yo sé que en otros lugares del mundo los operan. Entonces tenemos que traer eso al Uruguay y mejorar a ese niño. Me lo imagino corriendo, es como una semillita que encontrás rota y no sabés si va a poder crecer el árbol.

EC —Este libro ha sido presentado en ámbitos poco convencionales. Por ejemplo, en congresos de medicina, en universidades, en el MIT [Massachusetts Institute of Technology], en Harvard. ¿Cuál es el aporte que el libro y tu experiencia le hacen a la historia de la medicina?

RC —Los desalmidona, los humaniza. Todos esos grandes profesores que han asumido un rol y que son tipos divinos, Joe Dearani de la Clínica Mayo me dice: “Mi hijo me tiene loco con el libro”. Traen temas que normalmente no se hablan, de su familia y de sus hijos médicos famosos, que en el fondo tienen sus hijos y sus familias y sus dramas como todos nosotros. Son destacados en un área, son los Suárez en un área, pero en la otra área tienen las mismas carencias y los mismos problemas. “Tenés que venir más seguido, porque se crea un ambiente que normalmente no hay, acá hablamos de cosas…”. Y eso les pasa en el MIT, les pasa en Harvard. Y el capo de […], que me dijo: “This is an instant classic” (es un clásico instantáneo).

RC —El libro. Porque un clásico está definido como algo que perdura en el tiempo. Además dijo: “No podía parar de llorar”, era un inglés de dos metros de lo más atildado y me dijo eso. Digo: “Mirá, Vierci, ahora sí que le pegamos en el gong”. Viste que vos martillás y tratás de que suba, hizo “panggg” la campana. Qué suerte, Pablo, que ese trabajo haya sido premiado. Es eso, es desalmidonarnos para mejorar nuestra capacidad, porque de eso se proyecta mucho más humano y se caen barreras que hacen que los médicos no puedan venir. Les encanta venir a Uruguay, les encanta venir a operar, por eso es una lástima que Uruguay haya perdido todo lo que tenía.

EC —Hay veces que no vienen a operar y terminan operando, como se cuenta en el libro. Algún caso concreto en que Roberto sacó del avión a uno de sus colegas, un neozelandés, y lo metió en un quirófano, porque tenía que salvar una vida.

RC —Es como una magia, tener un chofer de Fórmula 1 y tener el auto ahí, que es el paciente, y el tipo que baje todos los tiempos. Es una sensación muy rara, de algo mágico que viene… Saber que en esas manos está la posibilidad de que esa niña pueda seguir adelante en la vida, después de que la operaron seis veces. Ahora es enfermera en Paysandú y tiene dos válvulas, todo ese camino. Decís: “Pucha, si habrá valido la pena, ¿no?”.

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