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Entrevista central, viernes 8 de setiembre: Julián Goyoaga, Camila de los Santos, y María Cristina Zavalkin.

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EC —¿Cómo fue esto que te estaban pidiendo, abrir tu intimidad y la de tu hijo nada menos que a una cámara de cine, a los micrófonos de quienes te iban a entrevistar?

MCZ —Sí, pero fue todo tan natural que ni nos enteramos de que estaban filmando para el cine. Recién ahora cuando nos vimos en la pantalla grande fue que ¡guau!, nos dimos cuenta de la dimensión que tenía y las repercusiones que está teniendo. Recién ahora me estoy dando cuenta, salgo al súper, a la carnicería, vamos a todos lados y la gente nos ve y nos dice cosas, nos comenta algo. Hicimos el libro con Udaquiola en el 96, pero no tuvo una repercusión así; la gente lee poco, estamos en épocas en que la gente está solamente para la parte visual. Entonces como siempre apuntamos a las nuevas generaciones, que no saben nada o para que se enganchen un poco más. Aunque ahora estamos viendo que no va mucha gente joven a ver el documental, sino más bien gente adulta, pero obviamente algunos chiquilines sí van. Es un documental muy importante para la historia, para que quede. Lo que más nos interesa del documental es que tiene otro enfoque, tiene otra óptica. Como que es más llevadero, vemos las partes difíciles y todo, pero está muy bien realizado. Hemos quedado muy conformes con ese trabajo.

EC —La película tiene una originalidad que llama la atención, recurre a animaciones para narrar los momentos más tensos, más dramáticos, más crudos de toda esta historia, en particular la noche en que Roslik es arrestado en su casa y llevado luego al cuartel de Fray Bentos. ¿Por qué el dibujo animado?

JG —Había varias patas. Una es que ya estábamos desarrollando y trabajando en el documental mientras hacíamos Anina, entonces tuvimos la idea de cómo sería aplicar ese recurso para contar algo que no fuera necesariamente una cosa para niños. Y en paralelo estaba lo que siempre nos contó Valery, que también dice en la película, que él vivió todo como un cuento, porque le iban contando cosas familiares, amigos, pacientes, gente que iba conociendo a lo largo de su vida. Y él era como un personaje que está allí, obviamente importante porque era su padre, pero al no haberlo vivido lo veía como un cuento. Uniendo ambas cosas fue que salió la posibilidad de utilizar ese recurso para contar determinadas partes de la historia.

EC —Ese niño, ese bebé aparece en esas imágenes de dibujos animados, está en su cuna en el momento en que llega el contingente militar a llevarse al padre. Por supuesto, apenas si se entera, no sabe lo que está ocurriendo, no se enteró… ¿hasta cuánto tiempo después? Esa podría ser una pregunta para Mary, ¿cuándo empieza tu hijo a conocer lo que había pasado?

MCZ —Tendrías que hablar con él, pero como bien decía Julián, él se crio desde chiquito con cuentos, con comentarios y cosas, y de a poco fue construyendo la figura del padre a través de los relatos, de la gente conocida y de pacientes.

EC —¿Cómo te resultó esto del dibujo animado?

MCZ —Bien, porque era lo que nosotros contábamos y ellos lo supieron interpretar.

EC —Pero el recurso… ¿te sorprendió?

MCZ —Sí, cuando nos dijeron y cuando yo les comentaba a mis familiares que iba a tener dibujitos animados –ahora se dice animaciones–, la gente… no sé si le chocó, pero le llamó la atención que una película así tuviera animaciones. Pero creo que después toda la gente que lo ha visto ha quedado sorprendida y conforme. Es algo diferente este documental. Me lo dijo un espectador el primer día que lo dimos en San Javier, dijo: “Qué bien que está la parte de los dibujitos”. Y la forma en que lo encaró Julián, porque cuando ya estamos que no damos más de una situación que parece que falta el aire, Julián pone otro recurso y se hace muy llevadero. Es una cosa dolorosa pero que se hace llevadera.

EC —¿Cómo era San Javier en los años de la dictadura? La película muestra el contraste entre la tranquilidad de ese pueblo a orillas del río Uruguay y el clima de tensión permanente, latente.

MCZ —Sí, vivíamos como en otro país, porque era un pueblito chiquitito, en una época en que no había ni celular ni internet ni nada de esas cosas, recién estaban saliendo los televisores blanco y negro. Teníamos solamente la radio y algún diario de vez en cuando, no era una cosa… Pero el pueblo siempre estuvo como perseguido, vigilado por los verdes de Fray Bentos.

EC —¿Por qué?

MCZ —No sé, siempre venían antes del 1.º de mayo, que era cuando se reunían los exportuarios, que eran sindicalistas. Pero eso no existía, cuando yo nací el puerto ya no trabajaba, no existía. Y el pueblo siempre estuvo como vigilado.

EC —¿Era un pueblo de izquierda?

MCZ —No sé si de izquierda, más bien todos éramos descendientes de rusos. Porque tanto que hablaban de los comunistas, en realidad cuando detuvieron gente no sé si se llevaron alguno, o se llevaron, pero no estuvieron los años presos como estuvo toda esta otra gente. Había comunistas que no tenían apellido ruso y no pasaron todo lo que pasó esa gente.

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