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Entrevista central, viernes 8 de setiembre: Julián Goyoaga, Camila de los Santos, y María Cristina Zavalkin.

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EC —Julián, Camila, en la película aparecen varios testimonios, en particular el de quien era entonces el director del liceo de San Javier, Román Klivzov, que fue detenido junto con Roslik y padeció junto a él la tortura. Esa grabación está muy lograda, porque el hombre habla acompañado de su esposa, y buena parte de sus palabras, sobre todo las más dramáticas sobre lo que vivieron en cautiverio, se escuchan en off mientras en la pantalla se ve en primer plano a la esposa, que lo escucha conmovida, temblando, al borde de las lágrimas. Todo un hallazgo esa parte del trabajo.

JG —Sí, ellos son dos personas preciosas también y que enseguida que llegamos, como también Mary y Vale, como todos con los que hablamos para que participaran en la película, nos abrieron su casa, nos abrieron toda su historia. Y claro, la de Román y Sara, que es la esposa –él cayó en la misma redada, fue al cuartel, lo torturaron–, tuvo un final diferente. Es la perspectiva que toma una historia espejo pero con un final diferente y que nos puede acercar a aquella pesadilla que también debe haber vivido Vladimir, porque Román también la pasó.

EC —Su presencia en ese grupo de detenidos no era un detalle cualquiera, daba la impresión de que en la ficción que inventaron las Fuerzas Armadas con respecto a aquella célula terrorista quisieron colocar a dos figuras emblemáticas del pueblo, al médico y al director del liceo.

C de los S —Sí, lo cuenta Román, eso de buscar a los que creían que ejercían su opinión o que estaban más involucrados, por eso fue Román. Sara, la esposa, cuenta cómo eran los nervios de esperar, porque en un momento no se sabía cuántos habían muerto, se decía que eran más, que eran menos, y esperó con Mary esa respuesta.

EC —Mary, ¿cómo te resultó esa parte de la película, ese testimonio?

MCZ —En todas las presentaciones que hemos hecho he agradecido profundamente que esta gente se haya animado a participar y a brindar testimonio, que no es poca cosa. Con todo lo que han pasado, dejando el dolor de lado y el “no te metas” y “callate la boca”, como todo el mundo, brindaron su testimonio. Yo estoy tan agradecida porque se pudo hacer eso en el documental, porque por ejemplo cuando hicimos el libro con Odaquiola fuimos a buscar información con mucha gente y la gente no se animó, no participó. Por ejemplo de cuando Vladimir estuvo preso, el compañero de celda en el Penal de Libertad no quiso hablar. Entonces muchas cosas no las pudo recuperar o recrear. Y ahora en el documental sí, porque hubo gente que se animó, que estuvo ahí adentro, que la pasó feo y brinda su testimonio. Eso es invalorable. Porque ellos también tienen su dolor, sus consecuencias, porque hemos quedado todos con traumas, con problemas, con enfermedades, y al brindar el testimonio tanto Román como después los otros chiquilines, que eran unos gurisotes…

EC —Destacás el hecho de que brinden su testimonio porque estamos hablando de un caso que en realidad sigue abierto.

MCZ —Y sí, porque todo esto que yo he hecho en base a la memoria de Vladimir, yo le cuento a Valery que estoy siempre difundiendo la memoria del padre, como judicialmente no se ha podido hacer nada, está todo quieto, entonces empecé… Primero lo hice no planificado, sino para canalizar mi dolor, empecé a trabajar en la fundación, fundé la ONG sin fines de lucro en San Javier, haciendo la policlínica, porque al irse Vladimir quedó un vacío, no había atención médica, si bien había otro médico, pero creo que el 90 % se atendía con Vladimir en San Javier. Y así fue surgiendo, primero la donación de la placita, cuando inauguramos la placita…

EC —Lo recuerdo perfectamente, porque me tocó, estuve allí trabajando periodísticamente y creo que hasta presenté una parte del acto.

MCZ —Sí, cuando Valery venía a cortar la cinta con el niño que inauguraba la placita. Tengo fotos tuyas de la época en que éramos jóvenes. Después ese terreno donde íbamos a hacer la casa nosotros se donó y ahí arrancó la fundación. Después pasamos a la policlínica y después fue creciendo en estos años, pasamos a administrar un CAIF, y ahora también tenemos un hogar de ancianos y nos han seguido donando cosas, como una camioneta y una chacra. Entonces fue creciendo. Esa fue la manera –después con el tiempo me di cuenta– de que Vladimir quedara en la memoria colectiva.

EC —De esa manera, por ejemplo, ha estado el nombre de Vladimir Roslik permanentemente asociado a San Javier, desde entonces.

MCZ —Sí, mediante todo ese trabajo social que se realiza ahí.

EC —Ahora, ustedes, que hicieron la película, Julián, Camila, más allá de lo que la película muestra, ¿qué impresión sacaron a propósito de la marca en el pueblo, en la gente, de todo aquello?

JG —Creo que sigue habiendo una marca. Román lo dice cuando responde a unas declaraciones que había hecho una vecina de ahí que ponía en duda toda la cuestión de Vladimir, que si Vladimir hubiese hablado no hubiese pasado lo que pasó… Esa marca sigue estando, porque, primero que nada, no se sabe toda la verdad de lo que pasó en San Javier, entonces hay gente que sigue creyendo en la historia oficial.

EC —Era una historia delirante…

JG —Era una historia absurda…

EC —Hablaba por ejemplo de que esta célula terrorista tenía hasta un submarino en las costas del río Uruguay, en las costas de San Javier. Submarino que nunca se vio.

C de los S —Que ellos recibían armas, que estaban adoctrinados por la URSS.

JG —Era claramente algo que se estaba inventando. Como muchos dicen, hubo quizás un chivo expiatorio de parte del poder militar que quería mantenerse más allá de esa salida que se avizoraba.

EC —Sí, una facción de las Fuerzas Armadas que no quería dejar el poder, que con esto obviamente iba a provocar o podía provocar… Fue una jugada a varias bandas, si uno quiere interpretarlo desde ese punto de vista, porque por un lado creaban la psicosis “todavía hay riesgos”.

JG —“Todavía somos necesarios”.

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