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Entrevista, lunes 5 de marzo: Luis Mayobre

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EC —¿Está vinculado al arzobispado de Montevideo, por ejemplo?

LM —Sí, sin duda. De hecho nosotros estamos en el barrio a pedido del arzobispado en su momento. Allá por el año 2000 monseñor Cotugno nos solicitó el apoyo para una obra que se estaba desarrollando allí en Casavalle.

EC —El Centro Educativo Nueva Vida tiene tres grandes áreas: un CAIF, un club de niños y un centro juvenil. ¿Cuántos niños y jóvenes asisten a las actividades?

LM —En total son alrededor de 220, contando a los niños, los jóvenes y sus familias, porque dentro del proyecto CAIF participan también los padres. Entonces en total hay una población de alrededor de 250 personas.

EC —¿Qué tipo de gente o de familias acuden al centro?

LM —Por la ubicación geográfica, en Leandro Gómez y Almeida Pintos, estamos en una parte del barrio bastante compleja, donde hay mucho asentamiento. La idea es, desde un inicio, trabajar con aquellos que sabemos y constatamos que están en las peores condiciones. Es nuestra opción trabajar con aquellos que están más aislados o más renuentes a acercarse a este tipo de proyectos y a vincularse con la educación en general.

EC —¿Qué características tienen esos chicos, esos niños, adolescentes, jóvenes?

LM —A lo largo del tiempo ha cambiado mucho. Cuando llegamos, las situaciones eran bastante complejas. Fue un año muy difícil, porque nos tocó toda la crisis de 2001, 2002, cuando había reamente problemas muy serios. La gravedad llegaba a desnutrición, problemas de higiene muy importantes, realmente se veía dónde pegaba más la crisis.

Pero algo muy interesante que descubrí llegando allí es que la capacidad de la gente para revertir ciertas situaciones es maravillosa. De hecho, en ese 2001 conveniamos con INDA –porque de hecho en aquel momento funcionábamos como un comedor abierto al barrio– para ser un espacio donde se servía la comida, 500 platos por día, a la gente de la zona, hechos por las mismas madres que en su mayoría estaban vinculadas al Centro, unas 35, 40, que cocinaban desde las 7 de la mañana hasta las 8 de la noche, todo el día, para servir al resto del barrio. Generalmente madres que habían sido denostadas y señaladas por su poca cultura, por algunos trabajos que ejercían, como la prostitución, etcétera. Sin embargo, a pesar de todo eso, fueron solidarias y trabajaron de esa manera, con lo cual la primera gran sorpresa que me llevé fue la capacidad de la gente de revertir su situación.

EC —Justamente, ¿qué historias encuentran ustedes allí? ¿Podemos conocer alguna para entender mejor, para bajar a tierra la realidad que ustedes viven?

LM —Obviamente preservamos la confidencialidad de las historias. Pero hablando en general lo que se encuentra allí son historias de mucho sufrimiento, de mucho trabajo, sobre todo de madres que quieren sacar adelante a sus hijos. Generalmente madres que están solas, que han pasado por varios compañeros y eso les ha dejado una serie de hijos, pero ellas son las que se encargan de la situación. Por lo tanto son muy guerreras, muy luchadoras, a veces con pocas herramientas y a veces viviendo en situaciones bastante desesperantes, por la situación misma en la que viven, por la infraestructura en la que se encuentran y por otro lado por la incapacidad que tienen de generarse recursos. Esa es una de las cosas que vimos desde que llegamos.

EC —Si miramos el otro lado de esas familias, si nos detenemos en los niños, está claro que no viven en el concepto de familia que en principio uno tiene en la cabeza. Toda esa alternancia de parejas y de padres evidentemente incide.

LM —Sí, incide. Es uno de los grandes debates internos que tenemos, el concepto de familia, que también la sociedad lo tiene, del cual se habla tanto y que entendemos que ha variado mucho. Pero lo importante es, si reconocemos que la familia nunca va a dejar de ser el sostén de la trama de la sociedad, sea como sea, qué capacidad tiene esa familia de sostener realmente, de contener a esos niños, de acompañarlos adecuadamente para que vivan un proceso de niñez y de juventud como corresponde.

EC —En muchos casos ese concepto está completamente desdibujado, el concepto de familia está desarmado.

LM —Totalmente desarmado, y en algunos casos peligrosamente desarmado.

EC —Si la madre está a cargo de hijos que son de distintos padres y quizás ninguno de esos padres está presente… qué desafío.

LM —Sí, es un gran desafío, para muchas madres es toda una lucha. Y los gurises en ciertas edades se tornan muy independientes, muchas veces producto de estas relaciones no completas o no llevadas a cabo hay mucha frustración, mucha bronca, mucha ira frente a ciertas figuras, a veces hacia la figura femenina también, a pesar de que sea el sostén de la familia. Con algunos jóvenes hemos tenido que trabajar ese concepto para desdibujarlo o sacarlos de esa visión negativa que tienen de su madre. Porque esta separación de la figura masculina y de la contención y la seguridad que debería darles a esos hijos crea bastantes estragos. Se nota, se ve.

EC —Y por otro lado, supongo, ese niño cuando empieza a crecer es un ser muy frágil que está como una veleta para donde el viento lo lleve, por lo tanto es en principio materia prima manejable, manipulable, según quién se le acerque.

LM —Sin duda.

EC —Hay riesgos por ese lado. Por otro lado, ¿qué cambios has visto ocurrir en la población de la zona desde que estás allí, en estos 18 años? ¿Qué destacarías, algo en particular?

LM —Ha cambiado bastante en muchos aspectos. Obviamente entre la situación de cuando comenzamos y la de hoy hay bastante diferencia. Ha mejorado mucho, ya no ves situaciones complejas como pasaba antes, de desnutrición. Salvo algunos casos muy particulares o muy puntuales de familias muy destruidas y a veces amenazadas por madres que están en la pasta base, en la droga y demás, lo que hace que la situación familiar sea muy compleja y que no puedan sostener esa familia, en general ha cambiado mucho. Nosotros mismos estamos sorprendidos de cómo han ido las propuestas que nos hicimos al principio, cómo han ido cambiando.

Por ejemplo, te decía que empezamos como un comedor, pero siempre entendimos que esas asistencias a las familias eran algo que no podría ser permanente. Debíamos ver cómo trabajábamos con ese grupo sobre todo de madres, que eran unas 35, para ayudarlas a que buscaran su propio sustento y pudieran alimentar a sus hijos en su casa como corresponde. Habíamos hecho un plan a 10 años, pero en seis años logramos avanzar tanto que cerramos el comedor y comenzamos una etapa diferente. Así que hay cosas que si uno se las propone se pueden hacer. Los cambios han sido importantes. También la modificación de ciertas políticas del Estado hacia el barrio, hacia las familias en general, la asignación familiar, la importancia que se le ha empezado a dar a la educación formal han ayudado mucho para cambiar la cabeza y los hábitos normales que teníamos en ese barrio, en el que, como comprenderás, la educación formal no tenía ningún valor.

EC —Del otro lado de la moneda supongo que está la seguridad pública o, mejor dicho, la criminalidad y en particular todo este fenómeno del narcotráfico, de los narcotraficantes.

LM —Sin duda, eso es una herida abierta que nos está doliendo mucho, con situaciones de injusticia muy grandes y que realmente escapan a nuestras posibilidades resolver. Nos sentimos muchas veces muy desarmados porque lo nuestro es otra cosa, es apostar al futuro, desarrollar otras cabezas.

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