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Palabras de Emiliano Cotelo al recibir la condecoración de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras

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Video: Teledoce.com

Por Emiliano Cotelo ///

El correo electrónico me llegó el lunes 18 de agosto, un rato antes de las 11, cuando todavía no había terminado el programa. Lo miré por arriba y quedé helado.

Desde la embajada, Ricardo Rius me informaba que la ministra de la Cultura y de la Comunicación, Fleur Pellerin, había decidido otorgarme en nombre de su Gobierno “las insignias de Caballero de la orden de las Artes y de las Letras (Chevalier de l’Ordre des Arts et des Lettres), una de las principales distinciones entre los cuatro órdenes ministeriales de la República francesa”. La noticia era muy impactante para mí, por varias razones.

Para empezar, por el nombre de esta condecoración, tan solemne y formal. Me costaba imaginarme a mí mismo en esa categoría de Chevalier. Además, porque caía cuando En Perspectiva estaba cumpliendo 30 años y apenas cuatro meses después del lanzamiento de la tercera época del programa, que había implicado tanto trabajo, tanto stress y tanto riesgo. Un reconocimiento como este significaba un alivio y un estímulo para seguir adelante con ese proyecto que ahora producíamos nosotros mismos, a la intemperie y apostando a la innovación.

Pero también la noticia me impactaba por la sorpresa. Yo no había hecho ninguna gestión para obtener esta distinción; el propio correo lo aclaraba: la iniciativa había sido de la embajada de Francia en Montevideo. ¿Y mi relación con la embajada cómo era? Me puse a repasarla.

Ricardo Antúnez/adhoc Fotos

Ricardo Antúnez/adhoc Fotos

Era una relación correcta y cordial, obviamente, pero no pautada precisamente por la intensidad. He estado en esta casa mucho menos de lo debido. Por ejemplo, asistí pocas veces a la recepción del 14 de julio. ¡Toda una falta de cortesía de mi parte! Porque recibo la invitación puntualmente cada año…y, no hay caso, siempre termina apareciendo algún imprevisto que me hace faltar.

Es más, en los años 90 no pude aceptar una invitación para viajar a Francia que esta misma embajada me realizó. Se trataba de un ofrecimiento muy generoso: una estadía de una semana para agendar visitas y reuniones que resultaran útiles para mi trabajo periodístico, buena parte de las cuales quedaban a mi elección. Sin embargo, tuve que decir que no. En aquella época el presupuesto de En Perspectiva era mínimo y, pese a los esfuerzos que hice, fue imposible conseguir a quien me sustituyera en la conducción del programa. Con esos antecedentes “antipáticos” de mi parte me conmovía aún más el gesto que la embajada había tenido al postularme ante su gobierno en París.

En esa introspección andaba cuando se me ocurrió plantearme otra pregunta: ¿Y mi vínculo con Francia, cómo es? Francés no soy. Ni siquiera descendiente de franceses. Mis ancestros vinieron de España e Italia. Sin embargo, hurgando un poco más pasé en limpio algo muy interesante para comentar hoy acá: Yo siempre he tenido a la cultura francesa más o menos cerca.

Mi padre fue periodista y, durante buena parte de su vida, crítico de literatura, teatro y cine. Mi madre era profesora de piano y empleada administrativa. En nuestra casa de Villa Colón las paredes estaban tapizadas de libros y la música sonaba de fondo todo el tiempo; venía desde la radio, sintonizada en CX6, o desde dos equipos de audio, donde mis padres ponían los longplays que iban comprando.

Fue en un tocadiscos de plástico, de aquellos con forma de valija, apoyado en el piso, que yo descubrí, siendo muy chico, en los años 60 a The Beatles, pero también, y al mismo tiempo, a Edith Piaf, Charles Aznavour e Ives Montand, a quienes mis padres admiraban. Con sus canciones adquirí mis primeros rudimentos de francés y fui ablandando mi oído a esa lengua, que poco tiempo después aprendería más formalmente.

Mis hermanos y yo íbamos a la escuela pública. Pero mi familia consideraba esencial que estudiáramos idiomas. Por eso ya en cuarto de primaria nos pusieron clases particulares con profesores de inglés y francés. Fue así que conocimos a Marguerite Lacasagne, o, mejor dicho, Mademoiselle Lacasagne, una viejita francesa, solterona, muy pintoresca y a veces malhumorada, que vivía a una cuadra de la Plaza Colón, y que nos daba clases en el living de su casa. Ella fue para nosotros otro puente importante con Francia, porque no sólo nos enseñaba a hablar y escribir en su idioma, sino que nos presentaba escritores, músicos, actores y directores de cine de su país, del que estaba siempre orgullosa.

Gracias a los encuentros con ella terminamos dando el examen del “Certificat” en l’Alliance Française, pero, sobre todo, asumimos con mucha naturalidad esa lengua y sus tradiciones, que no era lo habitual entre nuestros amigos y compañeros de escuela y liceo.

Con la base de aquellas clases yo pude seguir de cerca a otras voces francesas que en los 60 y 70 tenían bastante difusión en las radios que sintonizábamos en casa, sobre todo Radio Sarandí o CX 30. Pienso en Gilbert Bécaud, Sylvie Vartan, Charles Trenet, Jacques Brel, Richard Anthony, Joe Dassin; o actrices y actores que además se largaban a cantar, como Francoise Hardy, Brigitte Bardot, Alain Delon o Jean Gabin.

También la literatura francesa se sumó a los intereses de aquellos adolescentes que éramos mis hermanos y yo. Por supuesto que leímos El Principito, de Saint Exupéry, algo más o menos esperable. Pero también otros títulos menos obvios. En especial, yo tengo presente cuando, en una de aquellas largas vacaciones de verano, le pedí recomendaciones de lectura a mi padre y él me señaló en la biblioteca a Les Thibault, de Roger Martin Du Gard. Al principio me asustó: era una novela en ocho tomos. Pero yo tenía tiempo, así que me animé. Me atrapó enseguida la peripecia de aquellos dos hermanos y sus familias, a principios del siglo XX, antes, durante y después de la primera guerra mundial. Con Les Thibault aprendí mucho de la historia de Francia, de la vida cotidiana en aquellos años y hasta de la crudeza de la guerra en las trincheras.

Por supuesto que, a partir de aquellas influencias familiares, también me enganché con el cine francés, que me atraía –y aún hoy me atrae- como alternativa sensible y refinada al bombardeo tan potente de la industria de Hollywood. Mis primeras referencias en ese mundo fueron directores como Truffaut, actores como Gerard Depardieu y actrices como Catherine Deneuve. Y, si vengo más cerca en el tiempo, no puedo dejar de mencionar películas que me marcaron como Bleu, Blanc, Rouge o La delicatesse.

Como ya comenté, cursé la educación primaria en las escuelas públicas de mi barrio, Colón y Villa Colón. Después, en Secundaria, hice segundo, tercero y cuarto en el Instituto Crandon. Pero, llegado el momento de pasar a Preparatorios (lo que hoy llamaríamos Bachillerato), como en Crandon esa opción no estaba disponible, debíamos elegir otra institución. La mayoría de mis compañeros se anotaban en el IUDEP. Sin embargo, mis padres agarraron para otro lado y, sorpresivamente, me propusieron el Liceo Francés, que entonces estaba en su edificio anterior, el de 18 de Julio casi Gaboto. Y digo Liceo Francés, con el nombre en español, porque yo asistía solamente de mañana, a preparatorios de Ingeniería, a estudiar la currícula oficial uruguaya.

De todos modos, aquellos dos años fueron otra aproximación a Francia y su cultura. Primero porque la propia organización del liceo tenía aquella huella bien marcada; por ejemplo, en sus corredores se respiraba un ambiente muy libre, algo que todos agradecíamos en aquellos años, 1976 y 1977, plena dictadura en Uruguay. Segundo, porque mis compañeros de clase cursaban de tarde el “Bac” y habían hecho desde chicos la doble formación, así que en el diálogo con ellos iba familiarizándome, sin quererlo, con el bagaje que ellos traían a cuestas: un método de enseñanza diferente, las ideas, la moda y las costumbres de Francia.

En particular, allí hice algunos muy buenos amigos que conservo con orgullo.

Pienso en Ramón Méndez, que hoy está presente en esta sala.

Pienso en Jean Pierre Gibert. Con él, que es de familia francesa, nos reunimos mil veces para estudiar o preparar exámenes, no solo en preparatorios sino también después en Facultad de Ingeniería. Y cuando esos encuentros ocurrían en su casa para mí había una yapa notable: una oportunidad muy distendida y coloquial de seguir acercándome a los valores de la cultura francesa, gracias a la calidad humana excepcional de Pierre e Ivonne, los padres de JP, a quienes siempre recuerdo con mucho cariño.

En fin. Podría seguir repasando momentos y gente, por ejemplo los años que compartimos en la conducción de En Perspectiva con Diego Barnabé, otro francés bien francés, o el privilegio de tener en París a un colaborador tan agudo y original como Rafael Mandressi.

Todo ese entretejido de buenos vínculos con Francia forma parte de mi vida. Es una acumulación que me ha enriquecido. Y que permitió que, ya grandecito, cuando pisé París por primera vez, me sintiera, no en casa (no voy a exagerar), pero sí muy cómodo y, sobre todo, fascinado al verme instalado en esa escenografía majestuosa donde se fraguaron principios tan fuertes como los de Libertad, Igualdad y Fraternidad, que, desde siempre, me erizan la piel. Es desde ese lugar, desde esa historia personal, que agradezco muy especialmente al señor embajador y al gobierno de Francia esta distinción que hoy recibo. Es un verdadero honor, y también una responsabilidad.

Agradezco también a quienes han hecho posible que yo me dedicara a este tipo de periodismo que hoy está siendo reconocido en este acto: A mi esposa, Alexandra, y a mis hijos, Catalina, Felipe y Diego, que han sido puntales permanentes y además han sabido tolerar cambios de planes imprevistos (porque "la noticia manda") o jornadas de trabajo demasiado largas. A los equipos periodísticos, técnicos y comerciales que me han ido acompañando a lo largo de estos años. Y, por supuesto, al público que nos sigue y confía en nosotros.

A todos les digo, por último, que pese al tono aparentemente nostálgico que tuvo buena parte de esta charla, yo tomo esta condecoración como un impulso hacia el futuro. Este es un momento lleno de desafíos para el periodismo y los medios de comunicación. Y nosotros, con En Perspectiva Producciones, estamos muy atentos. Estamos aprendiendo sobre las nuevas tendencias en el comportamiento de las audiencias. Estamos dedicados a explorar las oportunidades que trae la revolución de las telecomunicaciones, Internet y las Redes Sociales. No las vemos como un riesgo, sino como una palanca formidable. Estamos muy entusiasmados con todas las nuevas alternativas que tenemos por delante. Y vamos a asimilarlas para aggiornar y potenciar este periodismo profesional e independiente que encaramos cada mañana.

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Discurso pronunciado por Emiliano Cotelo en la Embajada de Francia en Montevideo, viernes 29.04.2016

Nota relacionada
Reconocimento: Emiliano Cotelo condecorado por el Gobierno francés

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Foto: Emiliano Cotelo durante su discurso de agradecimiento luego de recibir la condecoración de Caballero de la Orden de las Artes y las Letras del Gobierno de Francia, viernes 29 de abril de 2016. Crédito: Ricardo Antúnez/adhoc Fotos.

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