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Entrevista central, miércoles 16 de diciembre: Ramón Méndez

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Entrevista con Ramón Méndez, presidente del Sistema Nacional de Respuesta al Cambio Climático

Video de la entrevista

EN PERSPECTIVA
Miércoles 16.12.2015, hora 8.21

EMILIANO COTELO (EC) —Después de dos semanas de reuniones, los representantes de casi 200 países llegaron a un acuerdo en la Cumbre del Clima celebrada en París. El gobierno francés, que oficiaba de anfitrión de la COP21, lo definió como el primero de carácter “universal” en la historia de las negociaciones climáticas.

El texto final del pacto alcanzado el sábado propone una meta ambiciosa: que el aumento de la temperatura media del planeta al final de siglo quede “muy por debajo” de los 2º con respecto a los niveles previos a la revolución industrial.

¿Es suficiente eso? ¿Están también las herramientas adecuadas para alcanzar ese objetivo? ¿Quiénes van a correr con los costos que eso supone? ¿Cómo observó el gobierno uruguayo el desenlace?

De esto vamos a conversar en los próximos minutos con el doctor en Física Ramón Méndez, presidente del Sistema Nacional de Respuesta al Cambio Climático, quien llegó el lunes de París.

Antes de entrar en los detalles del acuerdo quiero hacer una consulta más amplia, pedirle una opinión global. ¿Con qué sensación regresó?

RAMÓN MÉNDEZ (RM) —Muy positiva. No hay que ver esto como el fin de la historia, esto es el principio de una nueva historia, un cambio de rumbo. Esto significa presiones sobre aquellos países que todavía estaban reticentes a aceptarlo. Fueron presiones enormes en los últimos días, en las últimas horas, en los últimos minutos para que efectivamente aceptaran este acuerdo. Son indicaciones sobre el mercado diciendo: “Por aquí va el mundo, no vale la pena invertir en determinado tipo de tecnología, sino en otro tipo de tecnologías”. Son indicaciones hacia las diferentes fuerzas de poder subterráneas en el mundo, como la opinión pública, los medios, que jugaron un papel fenomenal en todo esto y que fueron esenciales para la presión que se colocó sobre cada uno de los gobernantes reticentes. Fue un punto de inflexión.

EC —Usted declaró que Uruguay se iba de París con “el 100 % de los objetivos cumplidos”. ¿Así de bien salió todo?

RM —Un poco más del 100 %. Nos habíamos planteado objetivos, Uruguay había definido una posición nacional acordada por los ocho ministros directamente involucrados en el tema. Fuimos con esa hoja de ruta que teníamos que cumplir, pero el asunto era cómo hace uno contra otras 194 partes con las que tiene que ponerse de acuerdo para llegar al final. Generamos una estrategia que comenzó muchos más años atrás, pero hace meses que armamos la estrategia, generamos las alianzas bilaterales, multilaterales, con países de la región, de fuera de la región, y luego la táctica en el momento, que fue central para ir viendo de qué manera estamos en los momentos cruciales de decisión y nos aseguramos de que la frasecita, la palabrita, la coma que nos favorecía está adecuadamente colocada.

EC —Me llamó la atención esa evaluación suya, esa frase suya, que Uruguay volvía con el 100 % de los objetivos cumplidos. Primero porque es muy contundente, pero además porque cuando lo llamamos a París, al comienzo de esta COP21, usted no era precisamente optimista.

RM —No era optimista ni sobre Uruguay ni sobre el acuerdo.

EC —Concretamente, decía que en este tipo de encuentros suele suceder que “sobre el final empiezan a aparecer los documentos de debajo de los cajones preparados hace meses en negociaciones entre cuatro o cinco”.

RM —Era lo que todo el mundo suponía que iba a suceder.

EC —Y no ocurrió…

RM —Por suerte no ocurrió. Creo que la presión fue tan pero tan grande que fue imposible que el documento, que existía, sabíamos que existía, nunca apareció, y se tuvo que dar un proceso –nos sacamos el sombrero ante la presidencia francesa, el canciller Fabius en particular– que fue dirigido por las partes, inclusivo, abierto, participativo. La presión para que no ocurriera eso era tan grande que finalmente por suerte no ocurrió.

EC —Varias veces mencionó la palabra presión. Y al pasar, creo que en la primera respuesta, dijo “presión de medios de comunicación”. ¿Qué más? ¿Cómo fue ese ambiente de presión que le parece tan importate?

RM —De todo tipo. A medida que se iba llegando al final de la segunda semana los grandes medios internacionales comenzaron con editoriales cada vez más duros y contundentes. Había miles de periodistas. El tema ocupaba buena parte de los informativos centrales de las cadenas informativas internacionales, con opiniones fuertes y contundentes. Eso levantó de alguna forma a la opinión pública también, hubo movimientos muy fuertes a través de las redes sociales, se recaudaron millones de dólares en poco tiempo. Se financió por ejemplo la campaña que lideró el primer ministro de las Islas Marshall –que es una de las islas más perjudicadas, en el Pacífico, porque tienen muy poca altura sobre el nivel del mar, y si el nivel del mar sube desaparecen directamente como países–, que apuntaba a eliminar el aumento de temperatura muy por debajo de los 2º, tendiendo a 1,5º. Todo eso se generó en muy poco tiempo.

Si no hubiera sido por los atentados de París, que impidieron que hubiera manifestaciones masivas –las hubo de todas formas–, creo que habría sido más fuerte todavía esa presencia de la opinión pública. Había más de 45.000 personas en el ámbito de la negociación, un par de miles de negociadores, pero más de 40.000 personas apoyando, exigiendo, criticando, generando iniciativas paralelas, que colocaban presión indudablemente. Y si bien algunos los países, que no voy a nombrar, que están en el otro bando y tienen una opinión pública que no suele tener un peso importante, de todas formas fueron importantes en el resultado final de la negociación. Porque acá está la geopolítica del mundo, en estas discusiones está el acceso del gas ruso a Europa y lo que pasa con Siria también estaba presente ahí. La lucha contra el terrorismo mundial […] también estaba presente ahí. Las grandes alianzas entre los diferentes bloques, entre los diferentes países también estaban en esto, no solamente porque se cambian figuritas en cualquier acuerdo internacional, sino también porque de alguna forma este acuerdo es sobre cómo se va a desarrollar el mundo, entonces tiene que ver con las diferentes fuerzas de poder.

EC —Vayamos al acuerdo, empecemos a meternos en las partes esenciales del acuerdo. No vamos a poder examinarlo todo, obviamente. El pacto de París planteó como objetivo principal que cuando se mida la temperatura global del planeta al final de este siglo el aumento con respecto a los niveles anteriores a la revolución industrial quede “muy por debajo” de los 2º.

RM —Y trabajando para intentar que no supere los 1,5º.

EC —Exacto. Para eso, cada país presentó compromisos sobre lo que está dispuesto a hacer en cuanto a la disminución de sus emisiones.

RM —Presentará compromisos. Una vez que se firme, hasta el año 2018, todos tenemos que presentar los compromisos de lo que estamos dispuestos a hacer.

EC —Pero a la Cumbre de París los países llegaban ya con algunos compromisos…

RM —Sí.

EC —¿Qué valor tuvo esa primera parte?

RM —Fue muy importante. Lo que se hizo con los compromisos previos fue simplemente algo indicativo, ver qué estaríamos dispuestos a hacer. Y la suma de lo que estaríamos dispuestos a hacer nos daba muy mal, si hiciéramos lo que nos comprometemos a hacer la temperatura aumentaría por encima de los 3º. Eso fue colocado explícitamente en los considerandos del acuerdo, en el preámbulo se dice “por ahora venimos mal, cuando hagamos nuestras primeras contribuciones en el marco de este acuerdo vamos a tener que ser más ambiciosos”, si no, no vamos a alcanzar el camino que nos indica la ciencia que tenemos que seguir para cuidar el clima.

EC —El instrumento que se elige es el de que cada país presente compromisos.

RM —Claro. Yo sé que para el que lo mira de afuera es difícil de entender, es difícil de creer, hay una cantidad de cosas que uno dice “pero al final ¿qué se resolvió, qué orden se dio?”.

EC —Ese es uno de los puntos importantes para aclarar, si es posible.

RM —Sí. Por ejemplo, en estos días yo leía en los análisis que hacen tanto Greenpeace como WWF (Fondo Mundial para la Naturaleza, por su sigla en inglés) y otras organizaciones que ven muy positivo el avance que se dio en París y dicen “es difícil de entender”. La diferencia es que una cosa es decir las cosas de arriba para abajo, “todos tenemos que hacer tal cosa” y se determina desde un organismo superior, como Naciones Unidas. Ese no es el camino que se eligió, ese no era un camino posible para un tema tan complejo y que involucraba a 195 países, 195 decisiones soberanas.

El camino es de abajo para arriba. Cada país dice “yo estoy dispuesto a hacer esto” y cada cinco años se analiza lo que los países están dispuestos a hacer, hay una comisión de expertos en la que la ciencia va a jugar un papel enorme –todas las ciencias, no solamente las ciencias duras: las ciencias sociales, la economía, toda la mirada científica–. Esa comisión va a decir: “No, con esto que me están diciendo no llegamos al objetivo que ustedes mismos se plantearon. Reiteren, vuelvan a sus casas, vuelvan a hacer una propuesta más ambiciosa, porque así no llegamos”. Es un procedimiento iterativo que se va a dar cada cinco años en el cual los países van diciendo “yo me comprometo a reducir las emisiones de esto, a colocar tal nivel de financiación, a generar tanto para adaptarme al cambio climático”. Luego un comité de balance y de verificación del cumplimiento da indicaciones, basado en el mejor conocimiento científico, de cuáles son las modificaciones que hay que hacer para seguir avanzando en el buen camino.

¿Esto garantiza el éxito? No. Esto no garantiza nada, esto simplemente construye un camino que reunió en esta ocasión fuerzas mayoritarias para que se llegara a buen puerto y otras no tuvieron más remedio que aceptar. Naturalmente los pingos se ven en la cancha y ahora esto sigue, esto no se termina aquí ni mucho menos.

EC —Para profundizar en esta parte del acuerdo recurro a Gerardo Honty, de una de las ONG uruguayas que trabajan en estos temas, Ceuta, y una columna de opinión que publicó ayer en el matutino La Diaria. Dice:

El acuerdo es lo suficientemente vago como para establecer que el mundo deberá alcanzar el pico de sus emisiones “tan pronto como sea posible”, y alcanzar un balance entre las emisiones y remociones en la “segunda mitad de este siglo”. Sin embargo, lo que dicen los científicos respaldados por la propia convención (por el Panel Intergubernamental de Cambio Climático) es que el pico de las emisiones debe alcanzarse antes de 2030, y las emisiones netas deben ser cero a más tardar en 2060.

Le cuestiona al texto su vaguedad, que no va al punto, no marca fechas que de acuerdo con los estudios científicos serían críticas.

RM —Sí, Gerardo, que por supuesto tiene toda mi admiración, que me ha enseñado mucho de lo que sé sobre este tema en particular, debe de estar sufriendo el hecho de no haber estado presente, no haber podido participar de hecho, en sí, de las complejas negociaciones.

Quiero tomar un párrafo del análisis de la discusión de WWF que muestra hasta qué punto es complejo de leer el texto. Dice:

El objetivo de largo plazo está escrito en un lenguaje aparentemente incomprensible. Para alcanzar un equilibrio entre las emisiones antropógenas por la fuente y la absorción antropógena por los sumideros en la segunda mitad del siglo, combinado con el límite de 1,5º implica un objetivo de lograr cero emisiones netas para todas las emisiones alrededor de 2060-2080. Esto efectivamente significa que tenemos que abandonar los combustibles fósiles para 2050.

El acuerdo, si bien está escrito de una forma que puede resultar difícil de leer si uno no lo analiza con cuidado, dice con claridad que lo que indica la ciencia que tenemos que hacer es llegar a un límite de emisiones rápidamente y reducirlas a cero prácticamente hacia la década de 2060-2080. Dice “la segunda mitad del siglo”, no lo dice de una forma tan precisa, pero lo dice básicamente así. Y es claro lo que dicen por ejemplo los titulares de WWF o de Greenpeace: “El acuerdo de París abre el camino para combatir el cambio climático”, “Es el fin de los combustibles fósiles”. No hay dudas en los analistas, no de los gobiernos, sino de las propias organizaciones de la sociedad civil, de que este camino, si se sigue efectivamente, es el fin de los combustibles fósiles para mediados del siglo, para 2060 o algo por el estilo.

EC —Es interesante que con el respaldo de esas organizaciones se puedan sacar esas conclusiones. Porque el lenguaje del acuerdo –que es muy largo además, son 27 páginas– tiene los problemas de la diplomacia y de los acuerdos, entonces la insuficiencia de las cifras de reducción de emisiones que comprometen los países parece que tiene una complicación extra. De esa complicación habla Honty también en la columna de ayer. Dice: “Estos compromisos autoimpuestos por los distintos países (las contribuciones nacionales) no serán legalmente vinculantes internacionalmente, por lo que no se podrá exigir su cumplimiento”. ¿Cómo funciona ese aspecto?

RM —Con todo el respeto y el cariño que tengo por Gerardo, creo que esa no es la lectura correcta de lo que dice el acuerdo. Las propuestas las resuelve cada país, pero una vez que las envió a Naciones Unidas se transforman en vinculantes. Una vez que el país dice “yo voy a hacer esto”, tiene que hacerlo.

EC —Acá estaba de por medio, por ejemplo, la sensibilidad de Estados Unidos. El gobierno de Barack Obama no podía asumir por sí mismo compromisos, no puede asumirlos, porque depende del Congreso.

RM —Hay una particularidad de la Constitución norteamericana, diferente de la nuestra o de las de la mayoría de los países de América Latina, por la cual si un compromiso internacional, incluso un tratado internacional, no implica obligaciones de ciertos tipos para el país lo puede tomar directamente el Poder Ejecutivo sin que tenga que ratificarlo el Parlamento. Entonces la forma de ese tratado efectivamente es tal que lo puede aprobar directamente la administración Obama sin tener que pedirle los votos al Congreso, que no los tiene. Eso sí es cierto.

Pero en concreto los países tenemos la obligación de presentar cada cinco años los compromisos para el siguiente período, y una vez que los presentamos y que los resolvemos nacionalmente son obligatorios, se colocan en un registro de Naciones y se transforman en obligatorios. Y además para el siguiente período de cinco años tenemos que “forzosamente” –así lo dice con toda claridad– que ser más ambiciosos. No hay marcha atrás posible, no podemos decir “ahora voy a empezar a emitir más en tal o cual sector”. Tenemos que ser cada vez más ambiciosos para ir acercándonos cada vez más al pico de emisiones y luego empezar a reducir hasta llegar a emisiones netas cero, que lo que emitimos no sea mayor que lo que absorbemos.

***

EC —El doctor Méndez tiene una visión positiva, optimista, a propósito de lo que finalmente se logró como entendimiento.

RM —Sí. Vamos a ser bien claros: ¿Esto es el final de la historia? ¿Esto garantiza éxito? ¿Esto significa que hay que bajar los brazos y quedarse tranquilo porque el tema del cambio climático está resuelto? No. Pero es clarísimo que este acuerdo al que llegan por primera vez 195 países, con metas muy claras de lo que nos comprometemos a hacer, con metas de que el aumento de la temperatura no debe superar un cierto límite en determinado momento, con fondos que tienen que llegar a los países en desarrollo para poder hacer frente a sus necesidades de adaptación al cambio climático, con mecanismos concretos de cómo tiene que hacerse ese proceso, es absolutamente histórico.

EC —También es histórico el hecho de que prácticamente todo el planeta haya firmado.

RM —¡Claro!

EC —No había antecedentes de comprometer a todos los países.

RM —No había antecedentes. Y diría que hasta horas antes del final había fortísimas reticencias de algunos grupos de países que se negaban claramente, que eran contrarios, pero las presiones que existieron y los mecanismos que se dieron forzaron a que se llegara a esta situación. Hay un punto de inflexión en el sentido de que el mundo estaba yendo para cierto lado y 195 países dijeron “no, el mundo tiene que ir para otro lado”. Si efectivamente se va a dar o no, si la fuerzas del poder van a ser más poderosas y van a torcer este acuerdo, lo descubriremos. Va a haber que seguir trabajando para que eso no se dé.

EC —Además de los compromisos en cuanto a reducción de emisiones generadoras de gases con efecto invernadero, había otro punto, uno de los tantos delicados: los recursos necesarios para que los países se adapten al cambio climático. Durante toda la cumbre se habló de que los países desarrollados, que son los que más han contribuido al calentamiento global, deberían movilizar US$ 100.000 millones anuales para enfrentar las necesidades y las prioridades de los países en desarrollo. Finalmente esto quedó plasmado en el texto del acuerdo, aunque hay alguna diferencia aparentemente con las fechas. ¿Cómo lo examina usted?

RM —Efectivamente hay ese compromiso, de US$ 100.000 de fondos tanto públicos como privados para hacer frente a la adaptación de los países en desarrollo. El fondo comienza en el año 2020, aunque no se determina –es una debilidad del acuerdo– qué va a pasar de acá al 2020. Los países desarrollados han dicho que van a ir subiendo su contribución hasta llegar a US$ 100.000 millones en el año 2020 –pero no está establecido cómo se escala eso, cómo va creciendo de acá al 2020– y a partir del año 2025 el compromiso es de aumentar ese monto anual por una cifra que aún no está determinada y que se discutirá en los próximos 10 años. Eso es lo concreto.

Además se plantea –y fue una gran discusión– que los países en desarrollo –los grandes países, China fundamentalmente– podrán contribuir de manera voluntaria a incrementar ese fondo.

EC —De nuevo, la jerga, la terminología, es importante.

RM —Absolutamente importante. China y otros países en desarrollo, pero de grandes economías, se negaron tajantemente a colocar la obligación de ellos, por múltiples razones. Una de ellas es histórica, es de justicia de alguna forma, porque si bien China hoy es el principal emisor, si sumamos la historia, los países desarrollados han contribuido mucho más a la emisión de gases con efecto invernadero que China o que cualquier otro país en desarrollo. Hoy es diferente, pero la historia sigue siendo que los mayores contaminadores de la atmósfera de forma acumulada son los países en desarrollo.

La otra razón es que esto se da en el marco de la Convención de Cambio Climático de Naciones Unidas, firmada en el año 92, que dio inicio a todo esto, que dice con total claridad que son los países desarrollados los que tienen la obligación de financiar la adaptación al cambio climático de los países en desarrollo. De ese elemento jurídico se agarraron los chinos y las principales economías emergentes para decir “yo voy a contribuir, pero no me obliguen, porque no tienen cómo obligarme”.

EC —Veamos cómo le fue a nuestro país concretamente en la cumbre. Ya tuvimos su resumen general en cuanto a que se había vuelto con el 100 % de los objetivos cumplidos. ¿Podemos hilar un poco más fino?

RM —Teníamos varios objetivos. Resumo los cuatro o cinco más importantes. El primero es que hubiera un acuerdo y que ese acuerdo fuera importante, fuera ambicioso y generara un cambio de rumbo. Porque Uruguay es un país que sufre mucho el cambio climático, que lo va a sufrir más de acuerdo a todos los modelos, entonces tenemos que frenar esto. Se nos iba la vida como país en poder frenar esto. Eso claramente ocurrió, dicho de una forma más conservadora, se generaron las bases, escribimos la Constitución para ir en el buen sentido, ahora hay que pelear por las leyes, los decretos y las reglamentaciones.

Un segundo punto que para nosotros era fundamental era que de acuerdo con el último informe global somos responsables del 0,05 % de las emisiones de gases con efecto invernadero, tenemos una historia de muy bajas emisiones, muy baja responsabilidad en todo esto, pero tenemos que hacer frente a algo que no generamos. Entonces nos parece absolutamente razonable que, aunque fuéramos de renta media alta o de renta alta, como es Uruguay, de todas formas tenemos derecho a acceder a esa financiación. Reconocíamos y reconocemos que hay otros que tienen más necesidades que nosotros, en particular los países menos desarrollados, las pequeñas islas que tienen una dificultad diferente, pero no queríamos quedar fuera de la posibilidad de que hubiera una ventanilla donde dijéramos: “Tenemos un buen proyecto. ¿Nos ayudan a llevarlo adelante? ¿Nos transfieren tecnología, nos generan capacidades, nos dan líneas de financiación blandas, eventualmente nos dan plata no reembolsable?”. Y eso lo obtuvimos, fue una batalla durísima.

EC —¿Está dicho en el acuerdo?

RM —Sí, por supuesto, el acuerdo lo dice negro sobre blanco por lo menos en cuatro o cinco lugares, desde el preámbulo, en que reconoce la necesidad de todos los países en desarrollo de acceder a medios de implementación de sus transformaciones, y en otros lugares dice específicamente que la financiación tiene que llegar a todos los países en desarrollo.

EC —¿De qué proyectos estamos hablando? Algún ejemplo.

RM —Hay de dos tipos. Obviamente lo que los países desarrollados más querían era que la plata fuera para que nosotros también hiciéramos acciones de mitigación, de reducción de emisiones, porque lo que les interesa es frenar el cambio climático, como a todos. Para eso vamos a tener alguna dificultad. Desde transformaciones en el transporte, impulso de mejora de la calidad del transporte público, eventualmente impulso del ferrocarril o de la electrificación del transporte. Mejora en el tratamiento de la basura para la no emisión de metano, muchísimas posibilidades de inversiones en el sector agrícola-ganadero para poder reducir efectivamente las emisiones y nuevas tecnologías en el sector. En lo que se refiere a mitigación, contribuir a la reducción de los gases con efecto invernadero. Vamos a tener una cantidad de medios para implementar eso.

Pero además, y más importante para nosotros, la adaptación al cambio climático, que no nos afecte las poblaciones más vulnerables, que son las que más sufren, ni a nuestra economía, etcétera.

EC —¿Y ahí qué tipo de proyectos son más necesarios? Ejemplos.

RM —Muchísimos. Por un lado, infraestructura, desde mayores canalizaciones del agua para tormentas y lluvias más severas; mejor protección de nuestra costa, que es fundamental para la protección del turismo, para que los fenómenos extremos no afecten o afecten menos nuestras costas y por tanto nuestra infraestructura turística. El agro es extraordinariamente sensible, el 70 % de nuestras exportaciones están directa o indirectamente relacionadas con la cadena agropecuaria, y por ser una actividad al aire libre es extraordinariamente sensible a sequías, a inundaciones. Entonces mejoras en capacidad de riego o en manejo diferente de los suelos para poder adaptarnos mejor a la variabilidad climática. Lo que tiene que ver con la salud pública, las olas de calor están empezando a impactar más y generando nuevos vectores, el control de eso. Todo lo que tiene que ver con el control del agua, en Uruguay estamos viviendo lo que se vive en muchísimos países del mundo ya desde hace unos años, olas de calor y sequías que pueden generar floraciones algales y otro tipo de problemas que complejizan la toma del agua potable.

EC —Para todo ese tipo de inversiones, a partir del acuerdo de la COP21, Uruguay va a recibir respaldo financiero, ya sea créditos blandos, ya sea eventualmente créditos no reembolsables. No sabemos de qué montos, no sabemos cuándo ni cómo.

RM —Va a haber una bolsa de US$ 100.000 millones por año. Parece una cantidad de ceros, pero eso es el 8 % de lo que gasta el mundo normalmente. No es que sea la gran cifra que va a transformar absolutamente todo, pero son números importantes.

EC —De todos modos, no está determinado cómo se va a distribuir ese dinero.

RM —No está determinado. A eso me refería con las leyes, los decretos y las reglamentaciones. En eso nos vamos a poner a trabajar a partir del año próximo, de qué manera se aterriza todo eso, cómo se reparte. Hay algunos instrumentos, como el Fondo Verde del Clima, que va a ser una especie de banco donde los países presentarán proyectos y recibirán después de un análisis. Todo eso, por supuesto, en un marco de otra cantidad de instrumentos de transparencia, va a haber que generar una cantidad de mecanismos para que sea claro qué se hace con el dinero, para dónde va el dinero, quién da el dinero. Es todo un sistema que hay que montar a partir de ahora.

***

EC —En un momento de la entrevista dijo que después de este acuerdo se va al fin de los combustibles fósiles. ¿Es tan terminante la cosa? Se lo consulto porque hay oyentes que quedaron nerviosos con esa novedad: ¿Y Uruguay, que justamente parece que va a poder extraer petróleo propio del mar territorial?

RM —Dos cosas. Primero, eso de que vamos hacia el fin de los combustibles fósiles a partir del acuerdo no lo digo yo, lo dice todo el mundo. Leo, por ejemplo, un titular de Greenpeace: “Acuerdo COP21, punto de partida para el abandono de los combustibles fósiles”. Y después dice específicamente en el editorial: “El tratado marca un objetivo que solo se puede alcanzar con el abandono total de los combustibles fósiles en 2050″. Ese es el análisis que hace Greenpeace. Otros analizan que es a 2060, 2080. Lo que está claro es que el mundo, si toma este camino, va hacia la eliminación de los combustibles fósiles. Entonces, segundo, está claro que esto es un camino, no es algo que se va a dar hoy ni mañana ni dentro de 10 años, ni siquiera dentro de 20 o 30 años. Vamos a seguir precisando durante muchas décadas más los combustibles fósiles, fundamentalmente concentrados en el transporte. Vamos a seguir precisando fundamentalmente petróleo, porque todavía no terminan de consolidarse las tecnologías para reemplazar al petróleo o sus derivados para el transporte.

EC —Tenemos todavía una ventana de oportunidad.

RM —Exactamente. Salvo que descubriéramos algo absolutamente impensable, como un megayacimiento de petróleo en nuestra plataforma marítima, posiblemente, si encontramos petróleo, sea lo necesario para cubrir las últimas décadas de uso de este mineral que puede conocer la humanidad. De acá al año 2050 seguro vamos a seguir precisando petróleo en el mundo, entonces en nuestro país, si en lugar de tener que importar algo que va a ser cada vez más caro, podemos tener nuestro petróleo propio, nos dará una seguridad, una soberanía y una reducción de costos muy importante. Y si además tenemos la posibilidad de exportar ese petróleo en 2030, 2040, nos va a dar ingresos que van a ser suficientes para sacarle provecho a lo que tuvimos durante siglos enterrado.

EC —Y en cuanto a los objetivos de Uruguay, el tres y el cuatro, ¿por qué se cumplieron también?

RM —Porque había un tema fundamental para nosotros, que es la protección de la producción de alimentos, de la agricultura. Uruguay es un país absolutamente atípico a escala mundial, en el mundo cerca del 80 % de las emisiones de gases con efecto invernadero provienen del sector energético y cerca del 14 % vienen de la producción de alimentos, de la agricultura. En Uruguay es al revés. Fruto de las muy bajas emisiones del sector energético por las energías renovables y de que tenemos una producción ganadera excepcionalmente alta comparada con la del resto del mundo, gracias a que producimos alimentos para casi 10 veces nuestra población, nuestras emisiones están fundamentalmente concentradas en el sector de producción de alimentos.

Pero es un sector muy diferente por muchas razones. La primera es que está por detrás nada menos que la seguridad alimentaria mundial; podemos vivir sin petróleo, pero no podemos vivir sin comer. Otra realidad muy importante es que las emisiones no son estrictamente de origen humano, son de origen biológico. Uruguay tenía prácticamente la misma cantidad de vacas que tenemos hoy antes de que se descubriera el petróleo. A fines del siglo pasado, cuando empieza a utilizarse el petróleo, no habría 11 millones de vacas como tenemos ahora, pero había 8 o 9 millones. Siempre tuvimos esas emisiones, porque no son de origen humano. Simplemente estamos utilizando para nuestro beneficio esas vaquitas que estaban allí, emitiendo igual que están emitiendo hoy. Además no existen tecnologías disponibles para reducir esas emisiones, no se puede modificar el proceso biológico de la fermentación entérica del ganado vacuno para que deje de producir metano. O las deposiciones en suelo para que dejen de producir óxido nitroso.

Entonces queríamos que fuera reconocida la particularidad del sector de producción de alimentos, por la falta de tecnologías y por el rol que cumple este sector para la alimentación. Porque otros países tienen esta dificultad, pero nosotros somos los que más la tenemos, con algunos parecidos, como Nueva Zelanda y algún otro país de la región. Pero éramos los más perjudicados si no se tenía en cuenta esa característica. Y por suerte lo conseguimos.

Fueron muchos meses trabajando con los neozelandeses, con los países de la región, colocándolo en documentos de la Celac que luego terminaron apoyándonos, de reuniones bilaterales de todo tipo. Y conseguimos que desde el preámbulo mismo se reconociera la prioridad de la producción de alimentos y de las particularidades del sector. Y el artículo 2, que es el que define de qué se trata este acuerdo, menciona específicamente que debe preservarse y no debe amenazarse –así se dice– la producción de alimentos a escala mundial. Eso fue absolutamente central para darle garantía a todo nuestro sector agropecuario de que no va a haber amenazas, de que no se van a colocar, por ejemplo, barreras paraarancelarias a nuestros productos debido a las emisiones de nuestro sector de producción de alimentos. Eso era central.

EC —¿Faltó algo más?

RM —Sí, muchas otras cosas. Por ejemplo, para nosotros era muy importante el contexto en el cual se daba esto. Un contexto que tiene que reconocer las particularidades, que esto no es solo mercado, que esto no es una cuestión simplemente de dinero y de modelos de negocios, que esto tiene que ver también con nuestra cultura, con nuestro modelo de desarrollo, con la manera en que queremos ver reflejados los derechos de las personas.

Peleamos mucho y logramos que hubiera menciones específicas al respeto de los derechos humanos, a la igualdad de género, al empoderamiento de la mujer, al respeto de los pueblos primitivos y de las sabidurías tradicionales, el respeto de los bosques, que es algo que es muy importante, porque muchas veces las culturas originarias tienen mucha más sabiduría de cómo manejarse con el ambiente; se menciona específicamente algo importante para muchas culturas como el respeto a la madre tierra, así está puesto específicamente. Eso está colocado no solamente en el preámbulo, sino que está previsto también en alguna de las partes operativas que se tienen en cuenta estos derechos. Para nosotros eso era muy importante, porque tiene que ver en definitiva con la construcción del futuro al que queremos ir como humanidad y nos parecía fundamental para esa nueva construcción.

Video de la entrevista

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Transcripción: María Lila Ltaif

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