Días de coronavirus

¿Cómo enfrentó con éxito Taiwán la pandemia del coronavirus?

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Traducido de un artículo publicado en la revista estadounidense Foreign Affairs: How Civic Technology Can Help Stop a Pandemic

El éxito inicial de Taiwán: Un modelo para el resto del mundo

La expansión del nuevo coronavirus y la pandemia de Covid-19 resultante le permiten a la humanidad un examen riguroso de los sistemas de gobierno. Ninguna de las dos potencias mundiales, China y Estados Unidos, se destacaron, hasta ahora, por sus respuestas. En China, la negación política inicial permitió que el virus se desparramara por semanas- primero a nivel interno y luego por todo el mundo- antes de que una serie de medidas forzosas probaran ser efectivas. Además, dado que múltiples virus albergados por animales se han transmitido a humanos en el pasado, el gobierno chino quizás debió haber estado mejor preparado. Estados Unidos también transitó por el camino de la negación política antes de adoptar políticas de distanciamiento social, e incluso ahora la falta de inversión en salud pública lo deja mal parado y mal preparado para este tipo de emergencias.

La respuesta burocrática y muchas veces tecnofóbica de la Unión Europea puede resultar aún peor: Italia, aunque lejos del epicentro del brote pandémico, ya tiene, en proporción, cuatro veces más casos que China per capita, e incluso Alemania, famosa por su orden y riguroso control del caos, ya tiene la mitad de casos. Naciones como Irán, donde la información es manipulada, nos dan todavía peores ejemplos.

Pero, llegado este punto, concentrarse en los países a los que les fue mal puede ser menos útil que estudiar y tomar en cuenta a aquel que, hasta ahora, le ha ido mejor: Taiwán. A pesar de ser tratado por la Organización Mundial de la Salud como una parte de China, y a pesar de haber realizado una mayor cantidad de tests que Estados Unidos (esto significa que se muestra mejor la tasa de infección), Taiwán tiene solo un quinto de la tasa de casos positivos de Estados Unidos, y menos de un décimo de la tasa de Singapur. 

El contagio podría dispararse nuevamente, pero vale la pena compartir la historia del éxito inicial de Taiwán, no solo por sus lecciones de contención de la pandemia sino también por lecciones más amplias que tienen que ver con la forma de afrontar los desafíos apremiantes con tecnología y democracia.

El éxito de Taiwán se ha basado en una fusión de tecnología, activismo y participación cívica. Taiwán, una democracia muy pequeña pero en la punta de la innovación tecnológica, que vive a la sombra de la superpotencia al otro lado del estrecho, ha desarrollado en los últimos años una de las culturas políticas más vibrantes del mundo, al poner a la tecnología al servicio de la democracia, en lugar de su detrimento. Esta cultura de “tecnología cívica” probó ser la respuesta inmune más fuerte frente al nuevo coronavirus.

Tecnología para la democracia

El valor de la cultura de la “tecnología cívica” en Taiwán es evidente. 

El intercambio de información “de abajo hacia arriba”, las asociaciones público-privadas y las acciones colectivas han sido fundamentales para el éxito de ese país al coordinar una respuesta transparente y consensuada al nuevo coronavirus. Un informe reciente de la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford registra 124 intervenciones que Taiwán implementó con una velocidad impresionante. Muchas de estas intervenciones aparecieron en el sector público a través de iniciativas comunitarias, hackatones (sesiones maratónicas de desarrolladores de software y programadores que buscan soluciones en conjunto para problemas de la población), o discusiones en la plataforma de democracia digital vTaiwán, en la que casi la mitad del país participa. Una comunidad descentralizada de participantes usó herramientas como Slack y HackMD para pulir proyectos que también fueron exitosos.

Uno de los ejemplos más célebres es la Face Mask Map, una colaboración iniciada por un emprendedor trabajando en conjunto con una comunidad descentralizada de tecnología cívica, conocida como g0v zero. Para prevenir las compras de pánico de los tapabocas, el gobierno instituyó un plan de racionamiento nacional que incluía dos tapabocas por semana por cada ciudadano. Pero anticipando que esta política nacional iba a ser insuficiente para evitar la aglomeración de personas en las farmacias, las autoridades lanzaron una aplicación a través de su Ministerio Digital que proporcionaba a los usuarios, en tiempo real y con ubicaciones específicas, la disponibilidad de tapabocas.

La ministra del área Digital, Audrey Tang, procedió luego a trabajar de cerca con emprendedores y activistas del g0v zero para mejorar los mapas y las funciones de esa aplicación. Esta herramienta mostraba dónde los tapabocas estaban disponibles, pero hacía más que eso. Los ciudadanos podían relocalizar stocks a través de trueques intertemporales y donar a aquellos que más lo necesitaban, algo que ayudó a prevenir el crecimiento del mercado negro. El gran interés que suscitó la aplicación llevó al gobierno a suministrar los recursos necesarios para permitir una versión de este servicio que pudiera utilizar toda la población del país. El resultado: no solamente facilitó una mejor distribución de tapabocas, también redujo el pánico y generó una sensación justificada de orgullo nacional.

Un segundo ejemplo es una plataforma en la que los ciudadanos trabajaron juntos para reducir su exposición al virus. Las personas usaban la plataforma para reportar síntomas de manera voluntaria y en tiempo real. Esa información era filtrada y verificada rápidamente. Esto se combinó con otras aplicaciones que permitían al usuario descargar su historial de ubicaciones del celular para determinar si había estado en zonas de riesgo. Esto llevaba a un comportamiento proactivo: los usuarios preocupados por una posible exposición pasada, limitaban sus interacciones futuras para proteger a los demás.

El principio rector no fue el control, sino el respeto mutuo y la cooperación. La privacidad fue cuidadosamente protegida, y los movimientos de un individuo nunca eran visibles para otras personas. Este enfoque supuso un grado impresionante de coordinación social para reducir la transmisión del virus. Y a pesar de ser un sistema abierto y participativo, la plataforma no propagó la desinformación, ni el pánico. Al asegurarse de que los movimientos reportados se correspondían con patrones plausibles, los trolls eran excluidos, evitando así las disfunciones que degradan las redes sociales en tiempos de crisis. La disponibilidad de esta información redujo dramáticamente la carga económica de conseguir la contención al evitar políticas de extremo distanciamiento social, como la cuarentena. En cambio, los ciudadanos podían evitar ubicaciones comprometidas, y aquellos que las habían visitado podían resolver que se sometían a una cuarentena voluntaria.

Esos son solo dos ejemplos. Decenas de aplicaciones creadas por la comunidad cívica ayudaron a reducir intervenciones forzadas del gobierno, y al mismo tiempo, fueron el soporte de la mejor respuesta del mundo a la pandemia. Permitieron a Taiwán evitar la falta de coordinación y la mala asignación de recursos y tests que caracterizaron a Estados Unidos y a los países europeos, así como la respuesta jerárquica y secreta del sistema centralizado chino. La respuesta a la crisis en Taiwán generó confianza pública al hacerse de una manera extremadamente transparente (por ejemplo, la ministra del área Digital Tang transmite en vivo todas sus reuniones). En lugar de intentar proyectar un aura de invencibilidad, el gobierno comunicó a la población todos sus desafíos, y así logró que una cantidad de actores descentralizados contribuyeran a crear soluciones y aportaran información. Y, gracias a los datos generados por la comunidad, se pudo articular respuestas para lugares específicos y para tipos de actividades que representaban una amenaza. 

El gobierno actuó con claridad, sin paralizar la actividad económica, dividir las aguas políticas o incentivar el miedo.

El poder de la participación

¿Por qué Taiwán fue exitoso cuando tantos otros países fallaron? Todavía es muy temprano para proclamar un triunfo definitivo sobre una crisis que sigue desarrollándose, pero está claro que el enfoque taiwanés, al menos en las primeras etapas de la pandemia, probó ser más efectivo que el de Europa, Estados Unidos, China y cualquier país de Asia.

En teoría, China y Estados Unidos deberían tener una mejor capacidad para lidiar con problemas complejos y veloces, dado que tienen los programas de Inteligencia Artificial más avanzados del mundo. Pero al pequeño Taiwán le fue mejor que a cualquiera de ellos porque enfatizó la importancia de los aportes sociales a la coordinación, en lugar de depender simplemente del funcionamiento de sus máquinas.

Es posible que la valoración de la Inteligencia Artificial que hacen en Estados Unidos y en China se haya puesto en el camino. Ambos tienen una visión tecnocrática del futuro de la Inteligencia Artificial, que es “de arriba hacia abajo”, en la que una élite pequeña, concentrada en unos pocos centros tecnológicos y enteramente separada de las preocupaciones de la población, produce las herramientas para el resto de la sociedad. Mientras estas élites son, en China, el Partido Comunista, y en Estados Unidos, los centros tecnológicos de la Costa Oeste, la lógica es similar.

Un problema con las tecnocracias de este tipo es que, si bien son buenas en manejar, masticar y propagar datos, tienden a ser miopes en cuanto a contexto y motivación. Las élites tecnológicas de China y Estados Unidos fueron primero muy lentas en percibir la importancia de eventos en un terreno algo alejado de ellos: la medicina. E incluso una vez que el tema estuvo en sus radares, fueron inicialmente ciegas a la gravedad de algo que no estaba en su entorno próximo.

El ejemplo más notable de esto fue el médico chino Li Wenliang, uno de los primeros en percibir el peligro del virus, que fue censurado por la Policía, y que luego, cuando murió, se convirtió en un mártir nacional. La miopía de las élites es también evidente en Estados Unidos, con el lanzamiento fallido de una aplicación de monitoreo del Covid-19 de Verily, una empresa de tecnología de la salud. Sus capacidades habían sido sobrevendidas, muchos desconfiaron de ella como una forma de recopilar datos, y resultó cubrir solamente al área de la bahía del Estado de California.

En contraste, la respuesta taiwanesa, basada en una amplia participación digital y en herramientas desarrolladas por la propia comunidad, fue rápida, precisa y democrática. Al incentivar la participación digital a lo largo y ancho de toda la sociedad, Taiwán evitó la tecnocracia y también la tecnofobia, y enfrentado a la crisis, elevó el nivel de confianza manteniendo un flujo bidireccional de información.

El modelo taiwanés

El éxito de Taiwán tiene precedentes, y uno de los ejemplos proviene de Estados Unidos: la rápida movilización luego de los ataques a Pearl Harbor en 1941. El país se puso en marcha rápidamente y se adelantó a los esfuerzos centralizados de Alemania, Japón y más tarde, la Unión Soviética, a través de una cantidad de innovaciones industriales y tecnológicas creadas por el gobierno y pensadas para la población. 

La clave para Estados Unidos en ese momento, y también para Taiwán ahora, fue catalizar el deseo de los ciudadanos de ser útiles en tiempos de crisis, el deseo de producir -y no sólo consumir- las herramientas necesarias para derrotar a un enemigo, ya sea un ejército extranjero o un virus letal. Las sociedades que no entienden eso en tiempos de crisis pierden su recurso más crítico.

Taiwán demostró la misma capacidad cuando se enfrentó a otros desafíos. Su elección presidencial reciente, por ejemplo, fue quizás la victoria más espectacular del mundo democrático contra la desinformación digital. Enfrentados a un volumen enorme de fake news e información falsa, fluyendo sobre todo desde la China continental, Taiwán aprovechó el uso de plataformas creadas y operadas por su población, que de manera voluntaria chequeaba y corregía la información falsa. Un candidato populista, respaldado por Beijing, perdió la elección por veinte puntos porcentuales.

Taiwán fue también exitoso en otras áreas aplicando políticas parecidas, es decir, llegando a un balance entre la protección total de la privacidad y el intercambio voluntario de información: alcanzó estándares ambientales excepcionales y redujo notablemente sus emisiones de gases; protegió a los trabajadores de la gig economy (esto es, una economía flexible, con trabajos temporales, deslocalizados y online) sin interferir con el auge de los servicios digitales; y fomentó la participación cívica con herramientas creativas de participación y votación.

El modelo que emerge en Taiwán promete ser efectivo más allá de la crisis actual. Los debates sobre el desarrollo tecnológico tienden a concentrarse en las dos potencias líderes que están en carrera por el prestigio mundial: la vigilancia tecnocrático-autoritaria de China por un lado, contra el enfoque corporativo-capitalista de Estados Unidos por el otro. Taiwán nos ofrece otro camino, uno que debería ser atractivo atravesando cualquier lineamiento ideológico en las sociedades democráticas, incluyendo Estados Unidos. 

La izquierda apreciará que el movimiento cívico g0v zero consiguió su prestigio durante el Sunflower Movement (Movimiento Girasol), cuando le dio a esta protesta estudiantil las herramientas para ganarse un espacio institucional duradero en el Ministerio Digital. Al mismo tiempo, al mostrar cómo una democracia pequeña, joven y deshilvanada puede prosperar a la sombra del creciente autoritarismo de Beijing, Taiwán es un ejemplo que debería seducir a los halcones políticos de la derecha en China.

El pequeño país ofrece una alternativa para ambos: para la vigilancia extrema del Estado comunista chino, y para los gigantes tecnológicos occidentales manejados por sus anunciantes. Taiwán aprovechó la tecnología como una herramienta al servicio de la democracia, y, al hacerlo, creó un modelo prometedor, no solo en la batalla contra el coronavirus, sino también en la lucha contra la distopía amenazante del futuro tecnológico.

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Artículo traducido de Foreign Affairs. How Civic Technology Can Help Stop a Pandemic
Traducción: Candela Stewart

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Foto: Provincia de Taiwán. Crédito: Wikimedia Commons

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