La audiencia opina…

La visión de un padre sobre el conflicto en la enseñanza

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Soy padre de una niña que va a la Escuela Pública. Quería compartir estas reflexiones, porque poco se habla sobre los padres. En el ámbito de las escuelas en las que tengo conocidos el ambiente hacia los maestros es sumamente hostil, y muchos entendemos que están sumamente excedidos en lo que están haciendo.

¿Quieren enseñar? ¿Les gusta enseñar? ¿O es para ellos nada más que un medio de vida, como para mí hacer un procedimiento administrativo o como para mi vecino cortar jardines? ¿Les duele que los niños pierdan clases, o es su postura necesaria ante las cámaras? Son niños que vienen de los suburbios, de los pueblos de la zona metropolitana, del interior. Van a aprender en bicicletas que dejan en las puertas de las escuelas, o caminando con hermanitos por varias cuadras, o en la parrilla de las bicicletas o motos de los padres, y entran sonrientes al aula en que aprenden números, letras, y juegan. Corren en los recreos, se caen en el barro, hacen colas para comprar tortas fritas, cuentan cosas a los maestros: “¡maestra maestra hoy de mañana salí a andar en bicicleta con mi papá!” o “¡maestra el domingo llegó mi prima!”.

Llegan a casa y nos cuentan lo que hicieron, nos muestran los cuadernos, nos hablan de los compañeros, los amigos, y la maestra Juanita, que crece en ellos como referencia ineludible. Hoy Juanita los deja una vez más sin clases, y ellos poco entienden. Aunque es cierto que la palabra paro la conocen mucho antes de poder leer y escribir, su contexto real no tienen cómo comprenderlo. Uno en casa les dice que están reclamando aumento de sueldo. Pero no entra en detalles. Apenas les esboza que por más que merezcan ganar más, no tienen derecho a dejarlos irracional y desmedidamente sin clases.

Luego pienso que en los últimos años sus sueldos han crecido más del doble de lo que yo hubiera querido que creciera el mío, que han comenzado a dignificarse, que se han invertido toneladas de dinero en ellos y en la educación pero que los resultados no son acordes. Uno nada les dice sobre el clima hostil de las puertas de las escuelas (tal vez ellos lo perciban, quién puede saberlo) de los padres cansados, cuyos sueldos son muchas veces más limitados que los de esos mismos maestros en pie de guerra, y de anhelos que pasan por irse a trabajar tranquilo mientras el hijo crece, aprende, se forma para el futuro. Pero se encuentran con que la vida no es tan simple, porque la acumulación de horas perdidas a lo largo de los años hace imposible que al llegar a la vida adulta puedan cotejarse en condiciones de igualdad con niños nacidos en otros sanatorios, crecidos en otros barrios, otros pueblos, otros lugares del país.

Entonces la sensación de que nada les viene bien, de que se entra en una rueda de la que es difícil salir, de que esta bomba le explota ahora a Tabaré pero nació hace décadas, y se alimentó todos los días con bríos renovados durante el último gobierno. ¿Tabaré se apresuró? Tabaré está harto, como estamos todos los padres de la educación pública. ¿Qué hubiera pasado si Tabaré no hubiera hecho lo que hizo? Hubieran seguido sumándose los eslabones de paros indefinidos, huelgas infinitas, y el horizonte hubiera estado más lejos de lo que aún está hoy. Digamos que si Tabaré no hubiera declarado la esencialidad se hubieran ido estirando las cosas, y en algún momento se iba a llegar a este punto, porque los ciudadanos, que parecemos bobos, no lo somos tanto, y sabemos que a determinados gremios de la educación nada les sirve. Entonces iba a haber dos o tres semanas de huelga, cuatro, y Tabaré iba a dar el mismo basta que ahora, pero con cuatro semanas perdidas.

¿Y el PIT-CNT? Vergüenza ajena, desencajados sus dirigentes por más que intenten ocultarlo, peinaditos y bañaditos, amenazantes, no pudiendo disimular su latente agresividad, con camisas y prendas que los ciudadanos comunes no nos podemos comprar, pero desencajados lo mismo. Que la OIT, la justicia. Los niños, les digo. Los adolescentes. Mi hija va a primero de escuela, que admitamos no ha sido tan afectada todavía. Pero si fuera adolescente yo estaría llorando veinte veces más de lo que lloro hoy. Los días de clase que un niño pasa mirando televisión, o en la calle, en plena etapa donde el aprender debe ser lo primero, no se recuperan nunca. La educación y el aprendizaje son procesos, ¿no? ¿Esos procesos funcionan en la frecuencia del día a día o con intervalos de cinco, diez, quince o treinta días que tienen luego su compensación horaria en tres, cuatro o cinco días intensivos?

No es cierto que se recuperen, así luego trabajen hasta el 31 de diciembre. Porque en diciembre el país está en otra cosa. Porque el aprender tiene su tiempo. Porque las lluvias son buenas cuando caen con frecuencia, mesura y periodicidad, y no podrán curar adecuadamente los males al caer luego de una sequía. El mal está hecho. Y ahora dicen los diarios que desafían la esencialidad, y no van a trabajar. Dirán entre otras cosas que es por los niños. Jaja. En qué manos están los niños. ¿Les importa algo? ¿Hay en Magisterio materias de sensibilidad social? ¿Les gusta enseñar? ¿Tienen el equilibrio emocional necesario? Porque si ahora reaccionan por bronca ante la esencialidad… Deberían controlar la bronca, ¿no?

Los docentes logran que los padres que no podemos enviar a nuestros hijos a colegios privados nos sintamos más culpables aún, por condenar a nuestros hijos desde el pique. Ellos se encargan de recordárnoslo siempre. Y la forma en que manipulan las propuestas que reciben, cómo juegan y manejan a su antojo los discursos, cómo manejan las túnicas blancas.

Amanecerá mañana sobre estas praderas que terminan en el arroyo, sobre este pueblo que con la escuela cerrada es más carente aún.

En Tabaré confío, por una lista de motivos que no voy a enumerar ahora. Espero que una vez más tenga la sabiduría para sacarnos de esto, con los menores daños posibles. Y sin perder la dignidad.

Diego Vitacca
Vía correo electrónico


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Foto: La Asociación de Maestros de Montevideo (Ademu) realizo un "cordón de túnicas blancas" frente al Palacio Legislativo en reclamo de que se quite el decreto de esencialidad para poder continuar con las negociaciones sobre el presupuesto, miércoles 26 de agosto. Crédito: Nicolás Celaya/adhoc Fotos.

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