La audiencia opina…

"No toquen a Lugano"

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Vio al actual capitán celeste cuando, recién llegado a Sao Paulo, lo entrevistaron en la televisión brasileña… probablemente como relleno porque el periodista no encontró a otro jugador más atractivo para el programa. Él estaba concentrado en su rutina de ejercicios, pero ya trasuntaba que “aquello daría un giro. Ese individuo nos dijo que no todo debía ser como había sido siempre”. Querido y respetado en Brasil, es uno de los responsables del renacer de “la celeste”. El oyente reclama que no intenten desacreditarlo por “intereses económicos”.


A uno le pasan las décadas pero no olvida los recuerdos de crianza ni adolescencia, a tal punto que al llegar a Sudáfrica no podía haber ni medio motivo para creer. ¿Pasaríamos la fase? ¿Ganaríamos algún partido? ¿Haríamos algún gol? No habíamos ido a Estados Unidos 94, ni a Francia 98, ni a Alemania 2006. En el medio, Corea y Japón y la eliminación en primera fase.

¿Podíamos entonces creer en algo digno? Empatar con Francia sin goles fue normal, se podía dar, no ganarle a un europeo. Ganarle al anfitrión con holgura ya sonó extraño, ni hablar luego a Méjico, y lo insólito, ¡primeros de grupo! No, pará, debe haber una broma en todo esto. Corea después, y Ghana, y semifinales. Todo parecía una broma cada vez mejor contada.

Lo mejor, sin embargo, era la forma de conseguir los objetivos, mucho más que los objetivos. Resulta que descubrimos un grupo con un maestro, un líder, un goleador, un jugador cerebral, con muchos incansables dentro de los cuales destacaban dos de la mitad de la cancha, con otro que era delantero pero marcaba como los del medio, con una zaga que además del líder grupal tenía al que con los años vendría a ser el nuevo capitán. Lugano fue vital en esa vuelta a existir, en esa alegría inédita de ver a la celeste, en ese sentarse a esperar por el disfrute de ver no sólo algo que se hacía querer, sino que además sabía hacia dónde y de qué manera caminaba.

Por mi parte, no podía dejar de pensar en tantos años atrás cuando lo había visto llegar a San Pablo, jovencito, y sin jugar. Había visto un reportaje en la Globo, tal vez en Bandeirantes, en que lo entrevistaban como relleno, mientras hacía musculación en un gimnasio, en uno de esos aparatos en que hacemos pecho sentados, espalda recta, y brazos que van hacia la línea de la espalda antes ir adelante y contraer el pecho. Comentaba algo intrascendente, tal y como era él para el club, debido a que el periodista no había encontrado a los jugadores trascendentes. Yo andaba en alguna posada de algún pueblo y pensé: ¡cuánta desolación y desamparo, pobre loco!

Pero pronto se convertiría en uno de los máximos ídolos de su historia, y muchos años después, cuando el club conmemorara alguna de las fechas de sus glorias, entrevistarían a hinchas, entre ellos a una muchacha que tenía una camiseta con el número 5 y se decía presidenta de un club de fans de Lugano, de una de las tantas ciudades olvidadas del interior de Brasil.

El mismo amor que le tienen en el tricolor de Morumbí le tenemos aquí, los futboleros apaleados como yo y los no futboleros, como una compañera de algún call center en que trabajé y tenía junto a su computadora una foto del capitán, que probablemente sea el que mejor ha logrado representarnos e interpretarnos desde que yo veo fútbol (nací en el 71, saquen cuentas).

Me cansé de ver pendencieros, profesionales de las excusas y los cuentos. Hasta que llegó el capitán. Lo respetan todos aquí, en mi pueblo, en mi trabajo, en mi familia, mis amigos de fuera, los de adentro, mis primos, tíos, hermanos, anónimos que lo ven en la calle y lo buscan, le piden, le hablan, sin importar que ya no se vista de celeste.

Entonces, no lo toquen. Quizás junto a Tabares y Forlán sea quien más hizo para hacer renacer a la criatura, no ya en el mundo del fútbol sino en el del sentimiento: alegría y sensatas expectativas de sentarse a ver a la selección.

Derecho, recto, simple y humilde como el día que lo entrevistaron en el gimnasio siendo pieza de reparto, pero escondiendo en cada palabra la convicción de que aquello daría un giro. Ese individuo nos dijo que no todo debía ser como había sido siempre.

No lo toquen. Yo voy a creer en Lugano hasta que alguien me demuestre que no hay motivos para hacerlo. Mientras tanto, no lo toquen, y si hay quien quiere desacreditarlo por tocar intereses intrincados de empresas, personas o micrófonos dependientes, sepan que no está solo. Uruguayos silenciosos y sin voz estamos muy pendientes de cuanto pasa.

Diego Vitacca
Vía correo electrónico


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