La audiencia opina…

Sobre los atentados terroristas en Bélgica y Pakistán

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Los atentados en Bruselas, Bélgica, y Lahore, Pakistán, han sido tema de análisis y de las Mesas en En Perspectiva. A propósito de estos hechos recibimos los siguientes mensajes con distintas visiones sobre el terrorismo y las reacciones de los medios y la sociedad ante estos ataques.  


Semblanza psicológica del terrorista

El terrorista tiene un pensamiento único y totalitario que no admite matices ni consideraciones tolerantes. Persigue un objetivo estratégico y no le detienen los medios. Es efectista: busca sobre todo la espectacularidad del daño que proyecta inferir, ya que apunta a un fin propagandístico. Su conducta se rige por la lógica perversa de “cuanto peor, mejor”. Más destrozos materiales, más muertes y peores consecuencias le resultan más convenientes para sus actos de barbarie.

El terrorista privilegia la acción. Cuando usa palabras, es para apoyarlas con lacónicas consignas y mensajes estereotipados. En todos los casos recurre a la violencia. Está obsesionado con las bombas, las armas –de fuego o blancas-, con el secuestro, el atentado, el sabotaje y el asesinato.

Hay grandes terroristas rodeados de muchos cómplices, como Stalin o Hitler, que ocasionaron la muerte a millones de víctimas; y hay terroristas solitarios que se inmolan con explosivos, cambiando sus vidas por las de algunas personas alcanzadas por los efectos del siniestro.

Salvo en los atentados perpetrados contra autoridades reconocidas, las víctimas son mayoritariamente individuos comunes y corrientes que poco o nada tienen que ver con una causa relacionada con el terrorista, porque de ese modo genera más miedo entre quienes piensan: “me hubiera podido pasar a mi”. Cualquier soldado, cualquier feligrés o transeúnte que acertase a pasar por el lugar de los hechos, podría ser su víctima.

El terrorista necesita ir fabricándose un enemigo, a quien le confiere la característica de ser totalmente malo, por oposición a él y a su grupo, si lo tiene, al que considera totalmente bueno y justo, usando así un pensamiento maniqueo, útil a su permanente juego perseguido–perseguidor.

Cuando integra un círculo o detenta el poder utiliza métodos drásticos también en su interior. Stalin expulsó a Trotski, combatió a disidentes, envió a millones de personas a los campos de trabajo como castigo y otros millones fueron deportados y exiliados a zonas remotas de la Unión Soviética o ejecutados como en la Gran Purga de 1937, incluidos líderes del Ejército Rojo. Estamos ante un ejemplo del terrorismo de Estado, como el que conocimos −en una escala muy menor− en el Uruguay.

El terrorista es fanático. Justifica el uso de cualquier medio para obtener un fin último al cual nunca se llega totalmente. Su conducta es impulsiva: si bien hay en su accionar actos preparatorios premeditados, el último tramo de su actuación está dominado por la pulsión de muerte de un modo casi

Su pensamiento es de una gran irracionalidad irreductible, disfrazada de una falsa religiosidad, o de recursos mágicos con los que pretende sustituir los procedimientos sociales normales. Tiene una gran sed de resultados instantáneos: no tolera la espera que los procesos democráticos tardan en llevar adelante los cambios. Se siente un iluminado inspirado y su comportamiento está impregnado de mesianismo.

El terrorista es peligroso para sí mismo y es un peligro para la sociedad. Está movido por un poderoso sentimiento apasionado: el odio.

Daniel Corlazzoli
Vía correo electrónico


Miedo al terrorismo

Pienso que el miedo es subjetivo. Nos sucede a nosotros. Está influenciado, además de por nuestras características y experiencias pasadas, por el ambiente y por las noticias que recibimos. El riesgo es objetivo. También nos implica a nosotros. Es una probabilidad de que nos suceda algo (por ejemplo, ser asesinados por ISIS).

Si fuésemos racionales el miedo tendría que estar directamente relacionado al riesgo. Sin embargo los titulares de la prensa y sobretodo el manejo por ISIS de la opinión pública produce una "paranoia" colectiva que nos provoca un miedo más allá del riesgo real. Seguramente es más riesgoso (y, por lo tanto, más peligroso) el tránsito o la delincuencia en Europa que el terrorismo.

¿Qué responsabilidad tienen los medios en mantener y promover este miedo? Recuerdo las fotografías de los británicos durante la batalla de Inglaterra, bebiendo tranquilamente el té en los túneles del metro mientras arriba Londres estaba siendo bombardeada. Y como al otro día limpiaban los escombros y abrían sus negocios. La Alemania de Hitler no les podía cambiar su rutina. Y eso era promovido desde Churchill hasta el Times.

Ahora sucede al revés: se cierran estadios y lugares públicos por cada indicio sospechoso, se paraliza la economía de toda una ciudad por un mensaje. ¿No le estamos siguiendo el juego a los terroristas?

Si nos acostumbramos a los atentados y dejan de ser noticia, ¿no dejarán de ser funcionales para los terroristas? Con esto no digo que se termine el conflicto, pero quizás sí podría verse disminuído su impacto.

Martín Viera Azpiroz
Vía correo electrónico


Reflexiones sobre el terrorismo

Diferentes acontecimientos de los últimos días me hicieron reflexionar sobre qué es lo que realmente sucede en el mundo y si ello es de alguna forma novedoso. Mi profesor de historia de antaño, Don Carlos Pittaluga decía, como el tango, que la historia vuelve a repetirse una y otra vez y que la única razón por la que a veces no nos damos cuenta es porque nos olvidamos o simplemente la desconocemos.

El presidente Obama llegó a América del Sur, primer acontecimiento. Nada menos que a Cuba primero y luego a la Argentina. Más allá de su elegante presencia, de su magnífica capacidad de discurso, su indiscutible cultura y ¿por qué no? cierta dulce honestidad en sus palabras, debo reconocer que su llegada tuvo un toque imperial. Ese monumental avión llamado Air Force One, su séquito de guardias, su impecable familia, daban la impresión de estar frente a un emperador.

Un amigo ayer decía que quizás se asemejaba a Julio César, entrando victorioso en las Galias secundado por sus centuriones, solo que aquí vino en viaje de visita cortés y sin ninguna gran victoria militar. Claro que hoy no se utilizan caballos con penachos relucientes ni armaduras que centellan a la luz del sol, es apenas el rugir de cuatro turbinas enormes lo que anuncia la llegada de este emperador del siglo XXI.

No estoy hablando de imperialismo con la misma connotación de mis años adolescentes, en plena guerra fría. Estoy hablando de imperios como el Romano, el Bizantino, el Persa, el Otomano. Imperios, simplemente eso, imperios. Hoy el imperio se llama Occidente.

Luego tenemos las bombas, esas bombas que explotan en cualquier lugar, a cualquier hora y que cuestan a los que las detonan precios de liquidación (hasta la tía Maruja de Rafael Mandressi puede hacerla) mientras que a las poblaciones que las padecen, cuestan miedo, desesperanza, millones en gastos de los ineficientes servicios secretos y ejércitos impotentes.

Ya no hay un sitio seguro en el planeta, el llamado terrorismo está entre nosotros, todo el día, a toda hora, en todos los lugares; y lo peor de todo es que no tiene misericordia. No importa quién perezca, el asunto es sembrar el terror, es derribar todas las estructuras, es enloquecernos a todos y al final derribar al Imperio de Occidente.

Europa es un lugar cálido, pleno en libertades y derechos, con cierto bienestar económico y social, porque esas crisis de las que se quejan los europeos matarían de risa a los sirios, a los iraquíes, a casi toda África y a buena parte de América, y puedo seguir. Europe is cosy ["Europa es acogedora"] al decir de un amigo inglés.

Pero mientras todo eso es real, Europa y buena parte de la llamada civilización occidental está podrida por dentro. Están podridas las estructuras de poder, los Gobiernos, la corrupción ha tomado cuenta de enormes cantidades de gestiones, la ambición, la codicia, la pérdida de valores nos van arrastrando hacia la desesperanza.

Entonces en un último atisbo de humanidad nos compadecemos de los “bárbaros”, de esos bárbaros, en su mayoría musulmanes, que intentan invadir nuestras ciudades, aunque muchos mueran ahogados en el Mare Nostrum o en alguna playa de Turquía. Esos bárbaros que son confinados en campos de refugiados sin ninguna esperanza, de todos ellos nos compadecemos aunque los queremos lo más lejos posible de nuestra cosy Europe.

Lo que no nos hemos dado cuenta es que los terroristas, en su mayoría, son europeos, son nacidos entre nosotros, y los hemos maltratado durante décadas, confinándolos a barrios exclusivos, los hemos mirado con desprecio, y jamás nos hemos tomado el trabajo de entenderlos.

Europa es cosy, pero también es xenófoba, muy xenófoba. Esos hombres, descendientes de inmigrantes pensaron que eran ciudadanos europeos de primera, pero no lo son. No les hemos ofrecido nada que no se compre con mucho dinero pero tampoco los dejamos ganar mucho dinero, sus empleos son de segunda.

Los políticos, que se les ha dado últimamente por ser analfabetos, incultos e incapaces, y con esto no me refiero a ningún país en particular sino a todos, han matado la ilusión. Esos populistas que aprovechan lo que las encuestas le dicen que quiere escuchar la gente y lo proclaman a viva voz como si fueran ideas dignas de un pensador griego, también han hecho su tarea y la siguen haciendo. ¡Regarde monsieur Trump!

No importa si se trata de construir un enorme muro para aislar un país maravilloso, de otro lleno de bárbaros y prostitutas, o si debemos echar al ostracismo a todo aquel que no se avenga con nuestras reglas (aunque ni siquiera sepamos bien cuáles son las reglas y por cuánto tiempo estarán vigentes).

Los intelectuales se van agotando, se van hundiendo en esa mediocridad espantosa a la que ya no quieren vencer. Se van entregando; de a poco, pero para siempre. ¿Qué nos ofrecen los bárbaros? ¿Qué tienen de tan fantástico como para cambiar nuestra actitud hacia ellos. Nada. No tienen nada novedoso. Son más jóvenes, más vigorosos, tienen ideales aunque no estemos nunca de acuerdo con ellos, tienen la decisión impostergable de acabar con nuestra civilización, pues quieren otra y quieren dirigirla ellos, y tienen hambre. Sueñan, nosotros hemos dejado de soñar.

¿Qué ofrecemos nosotros? Mejores tasas para refinanciar nuestras cuentas y tarjetas de crédito atoradas, el nuevo modelo de IPhone 8, la mejor zapatilla para hacer deportes jamás creada y la idea de que somos mejores, mejores que ellos y mejores que nadie antes, nunca y para siempre.

Vuelvo a mi profe Pittaluga. Siempre ganaron los bárbaros. Todos los imperios cayeron a manos de los bárbaros. Todas las monarquías cayeron ante las brutales hordas de ciudadanos hartos de injusticia que luego guillotinaban o colgaban a los monarcas absolutos. Todos los dictadores fueron vencidos. Siempre ganaron los bárbaros aunque después se transforman exactamente en aquello que derrotaron.

De ningún modo voy a justificar a los bárbaros del siglo XXI, pero pienso que quizás ellos no necesitan ningún justificativo; simplemente llegó la hora del principio del fin de lo que durante varios siglos llamamos la civilización occidental y cristiana, descendiente de la grecorromana.

Impusimos una nueva ética, una nueva moral y soñamos durante algo más de dos milenios con un mundo perfecto. Creamos la democracia, generamos espacios de libertad, cierto que de a poco, y muchas veces con pocos, pero lo hicimos, establecimos derechos para los ciudadanos, les dimos la posibilidad de educarse, de cuidar su salud, de tener sus propiedades, etcétera. Cierto que todo eso tuvo interrupciones de barbarie absoluta.

Sería tonto desconocer que en ese maravilloso continente antes mencionado, hace apenas siete décadas se hacía jabón con humanos. Sería tonto desconocer que hace poco más de diez años un imbécil llamado Bush no tuvo mejor idea que ir a democratizar a países de oriente medio como Irak y de paso quedarse con algunos de sus recursos más preciados. Pero avanzamos, no hay duda que avanzamos. Aunque la podredumbre interior nunca cesó, también avanzaba inexorable.

Y así como el Imperio Romano comenzó a sucumbir con las conductas locas e incestuosas de sus emperadores, mucho antes que lo destruyeran los bárbaros, quizás nos suceda lo mismo mucho antes que la Yihad Islámica finalice su tarea. Los estamos ayudando a más no poder.

Sería muy feo no ofrecer ante este panorama desolador, por lo menos un atisbo de esperanza ya que soluciones sería arrogante de mi parte. Creo que esta lucha no podrá darse en el campo militar con alguna posibilidad de victoria. Nunca nadie que no tuvo nada que perder, perdió. Miren Vietnam. Esta es una lucha de uno a uno. Igual que los terroristas, de a uno con sus bombas omnipresentes.

Nosotros debemos ir de a uno también cargados de amor y comprensión hacia nuestro prójimo. Intentar entender a nuestros adversarios, discutir con ellos sobre nuestras diferencias, aprender lo bueno de ellos y enseñarles lo bueno nuestro, darnos unos buenos abrazos y besos sinceros y compartir nuestras riquezas, todas las riquezas, incluso las espirituales.

El fin ya comenzó. Quizás en lugar de pelear para mantener nuestra civilización, podamos pelear junto a ellos para cambiarla, para conformar un mundo más justo donde no haya diferencias religiosas porque no habrá religiones, donde no haya guerras entre naciones porque no habrá naciones, donde no habrá que luchar por el alimento porque habrá para todos, donde no habrá dioses que castiguen o premien porque no habrá ni paraíso ni infierno.

John Lennon escribió un poema al respecto hace casi 40 años y no lo entendimos, solo escuchamos y recordamos la melodía. ¿No será hora de desmenuzar palabras y entenderlas de una buena vez?

Alejandro Nathan
Vía correo electrónico


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Foto: Perímetro de seguridad a cargo de soldados y policías sobre la Rue de la Loi en las cercanías de la estación de metro Maalbeek-Maelbeek en Bruselas, 22 de marzo de 2016, luego de que una explosión matara al menos a 11 personas. Crédito: Philippe Huguen/AFP Photo.

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