La audiencia opina…

Violencia de género: Invitación a Hoenir Sarthou

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¿Está sobredimensionado el problema de los asesinatos contra mujeres? Desde la audiencia, Gustavo cuestiona los argumentos manejados por Hoenir Sarthou en su debate con Teresa Herrera.


Estimado Hoenir:

Soy un ciudadano común, desconocido, sin acceso a ningún tipo de información privilegiada ni contactos con el poder (que además me resistiría a utilizar si los tuviera). Un tipo anónimo podría decirse, aunque figure mi nombre al pie de la presente.

Es desde ese lugar que me decido a escribirte públicamente con la esperanza que estas ideas terminen llegando a ti. Te la dirijo porque luego de tantos años de leerte y escucharte me he formado una muy buena opinión sobre tu persona. Te creo un ciudadano honesto, comprometido y sensible a las causas más elevadas, con lo cual me llamó mucho la atención tu posición en el debate con Teresa Herrera el 1 de marzo. En virtud de ello es que me tomo la libertad de invitarte a razonar en conjunto sobre los principales argumentos que esgrimiste para fundamentar tus puntos de vista.

Antes que eso debo confesar que el debate no me gustó. Se notó que ambos estaban tensos e incómodos con la situación o la presencia del otro, vaya uno a saber. Lo cierto es que incluso tú -que sin perder firmeza en tus convicciones sueles ser afable y ponderado en tus opiniones- cediste a la tentación de asestar algunas estocadas verbales y recurrir a pequeñas artimañas argumentativas (por no decir chicanas) que no condicen con tus propios antecedentes.

Pero dejemos eso como resultantes indeseados del encuentro para centrarnos en mi propuesta de razonar juntos algunos de tus argumentos.

Un primer elemento que manejaste es que las muertes de mujeres a manos de su pareja o expareja están en el orden del 6 – 8% y que no se constata un crecimiento de las muertes por violencia de género con respecto a los homicidios en general sino que lo que hay es un aumento global de la violencia y de los hechos de sangre en el Uruguay. De ahí concluyes que centrar todas las baterías en un aspecto que representa sólo un 6 % del problema es una visión absolutamente parcial, injusta y que además termina por no dar resultados.

Reductio ad absurdum podríamos, en definitiva, no ocuparnos tampoco de ninguna de las muertes violentas en el Uruguay (asesinatos, suicidios y accidentes) ya que sólo representan el 6,9% del total de las 30 mil muertes anuales que ocurren. Pero no lo haríamos, ¿verdad? Tampoco apoyaríamos al Ministro de Salud Pública si decidiera eliminar la atención de las enfermedades infecciosas porque sólo explican el 3% de las muertes por padecimientos mientras que las afecciones circulatorias, respiratorias y los tumores, en conjunto, explican el 80% de los decesos por enfermedad que ocurren en el país. También nos parecería inadmisible, ¿no es cierto? ¿Qué invalida entonces que grupos de mujeres (y hombres) se detengan en denunciar ese otro tipo particular de muerte que ostentan guarismos similares?

Pero además, ¿por qué forzar una visión maniquea endilgándoles a quienes se movilizan por las muertes violentas de mujeres a manos de sus parejas (o ex-parejas) que son indiferentes a las ocurridas por otras causas? Es, desde mi punto de vista, una acusación temeraria que requeriría, por lo menos, una retractación.

Luego señalas en base a tu experiencia como abogado laboral que la idea de que “La maté porque era mía” es un invento. No lo niego. Sin dudas -porque así lo dices- los casos de violencia de género con los que estuviste vinculado como abogado laboral se debieron como señalas a una dependencia casi patológica del matador con la otra persona, lo que provoca que cuando el vínculo se termina sean tan grandes la frustración y la impotencia que desemboca en un episodio de violencia que, además, a veces incluye la autoeliminación (y, agrego yo, el homicidio de los hijos). Reitero que no tengo por qué dudar que esa sea tu experiencia. Pero, en cualquier caso, por más asuntos de violencia de género en los que como abogado laboral hayas estado vinculado a lo largo de tu actividad profesional convendrás conmigo que seguramente sean una proporción muy baja del total de los hechos ocurridos en el país. Quizás un 6 – 8 % en el mejor de los casos. De manera que, ateniéndonos a tus propias definiciones, un guarismo lo suficientemente bajo como para poner allí el énfasis.

Sí, eso es fue un intento de chicana de mi parte; también cedí a esa tentación. Lo que no cambia es que tu fundamentación para este extremo tiene la misma solidez que la del político advenedizo que afirma que en la calle son multitudes los que lo apoyan.

Porque lo cierto es que son innumerables y abrumadoramente mayoritarias las referencias -actuales e históricas- sobre las que sobrevuela el “La maté porque era mía”. Tanto las surgidas de diferentes disciplinas de la academia de todo el mundo -donde se establece además, entre otras cosas, que antes de ese desenlace existieron años (décadas a veces) de abusos físicos y simbólicos-, como las reseñas populares plasmadas localmente por ejemplo en las letras de muchos tangos y en nuestra biblia rioplatense cuando el Viejo Vizcacha, de arrebatado y malo, mató a su mujer de un palo porque le dio un mate frío. Tan fuertes son estas evidencias que se precisa -creo yo- algo más que anécdotas individuales para argumentar en contrario.

De la misma forma, afirmar que el que el matador se suicide luego del crimen significa que comprendía que su mujer “no le pertenecía”, que sabía que no tenía el derecho de matarla y que por eso decide terminar con todo es, cuando menos, una interpretación libre -si no capciosa- que admite otras múltiples lecturas. Arriesgo, por ejemplo, que es la propia ideología de dominación y violencia hacia la mujer la que explica el suicidio y no el que haya pensado que estaba equivocado o por el temor a la cárcel. Porque -de acuerdo a los especialistas- cuando se consulta a los agresores que no llegaron a auto-eliminarse la mayoría cree que lo que hicieron estuvo bien. No les preocupa lo que la sociedad piense de ellos, sino que no los comprendan. El agresor centra su universo en establecer un sistema de vida para controlar a su mujer en un dominio en el cual él es el amo indiscutido. Cuando esa relación se rompe la salida es matarla, con lo cual -paradojalmente- su propia vida queda sin sentido porque el control sobre ella era el eje sobre el que giraba su existencia. Parecido quizás al vínculo patológico de dependencia que antes mencionaste pero con una raíz profundamente diferente.

Te detienes luego -con razón quizás, no revisé las estadísticas- para llamar la atención sobre la inexactitud de las cifras de mujeres asesinadas en Uruguay y España por violencia de género. Tomando por buenos tus datos, 16 en Uruguay y 44 en España (el más bajo de los valores que manejas), ello significa que en nuestro país matan a una mujer cada 210.000 habitantes mientras que en España eso ocurre por cada millón de personas. Cinco veces más aquí que allá. Para mi ese es el dato relevante sin perjuicio del examen riguroso de la estadística. Dice tanto esa comparación que se me antoja obscena la disquisición que planteas sobre los números.

Pasas enseguida a sostener la inexistencia de diferencias salariales entre hombres y mujeres. Probablemente sea el punto más difícil de discutir porque, tal como lo haces, es fácil argüir que formalmente no existen esas diferencias. Afortunadamente intuyo que tú mismo no aplicas ese razonamiento en otros órdenes de la realidad, lo que sin dudas facilita que podamos entendernos. Imagino que te niegas a aceptar que todos los niños uruguayos tienen los mismos derechos y posibilidades porque así lo consagran la Constitución y las leyes. A ti mismo te he leído afirmando que la justicia social no es cuestión de símbolos ni de abstracciones numéricas; que no puede hacerse en base a estadísticas despersonalizadas. Eso nos invita a hurgar en los hechos más allá de la letra fría de normativas para descubrir, como ocurre en otros tantísimos órdenes de la vida, que la realidad corre por andariveles diferentes. Sólo quien se niega a verlo puede desconocer, por ejemplo, que es muy frecuente que las mujeres deban esforzarse mucho más que sus pares hombres para ascender en sus trabajos, para que se les asignen cargos de elevada responsabilidad o, incluso, mantenerlos cuando tienen la dicha de haberlos alcanzado. Y eso, al final del día, implica una diferencia de salario mayúscula.

Sobre el final presentas parte del pensamiento de Nancy Fraser -a quien defines como feminista y académica- señalando que la autora menciona que el feminismo se ha convertido en la sirvienta del modelo económico. Tomas la parte por el todo y en eso te basas para acusar urbi et orbi a todo movimiento feminista de haberse transformado en un mecanismo de consolidación y justificación del modelo económico capitalista. En consecuencia, se deduce de tus palabras que la autora que citas -feminista ella tal como lo señalas- es también un engranaje de ese mecanismo de consolidación del sistema económico global y del falso antagonismo hombre – mujer. ¡Pero no obstante ello le otorgas credenciales para apoyar tu posición! La aparente contradicción en la que caes es porque, en los hechos, tú mismo aceptas que no todo feminismo es igual, ni son todos financiados por intereses espurios para imponer consignas, reclamos y discursos.

Sin tener elementos de juicio para probar esa intromisión indebida tiendo a pensar que en algún punto debe ser cierta. Porque estoy persuadido que no existe causa de la humanidad, por más elevada y altruista que sea, donde no se cuelen esos intentos de manipulación e injerencia de intereses ajenos a los genuinos. Basta ver cómo son instrumentalizados los campesinos indígenas de las Américas por personas y organizaciones a las que poco les preocupa su suerte. Pero no por ello pasan a ser sospechosas o injustas todas las causas y organizaciones que los defienden, ni mucho menos se puede negar que han sido sometidos desde la época de la conquista.

Ignoro si estas líneas -más largas que lo que hubiera deseado- llegarán a tus manos. En caso que así suceda te ruego que me creas que lo hago con el mayor de los respetos y hasta admiración intelectual -por qué no decirlo- por tu persona. Lo hago con el absoluto convencimiento de que en el acierto o en el error de nuestras creencias y fundamentos las personas de bien como tú poseen (no me animo a incluirme en esa categoría) la capacidad de recapacitar y modificar sus puntos de vista.

Gustavo Garibotto Carton, Tacuarembó.
Vía correo electrónico


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