Por Eduardo Rivero /// Fernando Cabrera tomó el último resto de café de su pocillo, rápidamente se enjugó una furtiva lagrimita con la mano libre y, girando la cabeza, me dijo con inapelable solemnidad: —Esta es una casa enfermante. Estábamos sentados en el sofá de mi living, y en el televisor terminaba un cortometraje en…