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Entrevista central, viernes 26 de febrero: Daniel Sturla

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EC —La idea es, en el correr del año, aparte de esa actividad que se desarrolla en enero, tomar esa imagen de la Virgen a efectos de… ¿qué otro tipo de convocatorias?

DS —El día de la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre, siempre se precede por una novena, en los nueve días anteriores la Iglesia se va preparando para esa gran fiesta. Y una de las tradiciones más antiguas es hacer el rosario de la aurora, es decir, reunirse los cristianos que quieren en la mañana bien temprano a rezar el rosario durante esa novena. Yo largué esa idea el 23 de enero: qué lindo sería tener acá la imagen de la Virgen –ya estaba hecho el trámite– y reunirnos a hacer el rosario de la aurora en la novena de la Inmaculada.

Lo unía también a un hecho que en el Uruguay, en esa cuestión tan rara que se dio entre nosotros con el calendario secularizado, el 8 de diciembre, día de la Inmaculada –que a partir de 1919 pasó a llamarse oficialmente Día de las Playas–, el párroco de Pocitos, monseñor Domingo Tamburini, iba a bendecir las playas. Cuando yo era niño, ya hace unos cuantos años, todavía estaba aquella tradición: “No vayas a la playa antes del 8 de diciembre, que todavía no están bendecidas”, después del 8 como que uno quedaba habilitado para ir a las playas. Es una cuestión cristiana y de repente de algunas familias, pero había quedado marcada. Entonces qué lindo sería, ya que estamos ahí, bendecir las playas nuevamente como hizo este párroco de Pocitos.

EC —¿Usted esperaba, la Iglesia esperaba el debate que ha terminado dándose y que de algún modo pone en cuestión la aprobación de esta resolución en la Junta Departamental?

DS —Sinceramente no lo esperaba, pero una vez que se dio no me asombró tanto. No lo esperaba porque creo que el Uruguay ha evolucionado positivamente en este tema. Si pensamos en lo que fue todo el proceso medio traumático de la separación de la Iglesia y el Estado, el proceso de secularización, con un laicismo anticlerical muy fuerte, un laicismo jacobino, como lo llamó José Enrique Rodó en aquella famosa polémica por los crucifijos con Díaz a principios del siglo XX, y vemos cómo fue evolucionando hacia un espíritu de mayor respeto, tolerancia a lo largo de las décadas del 30, 40, 50, pero sobre todo después de finalizada la dictadura y retomada la vida democrática, ha habido un avance sustancial en la sociedad uruguaya hacia una laicidad positiva, hacia una laicidad que indica la pluralidad en la sociedad. Una pluralidad respetuosa, signo de una democracia plena y bien vivida, y que llevó, por ejemplo, a que la Junta Departamental aprobara por 26 votos en 28 la colocación de la estatua de Iemanjá. O a que hace poco –aunque creo que no tiene un significado propiamente religioso–, se aprobara la presencia del Greetingman por unanimidad en la Junta Departamental, que fue presentada con carácter de grave y urgente.

Entonces en esta sociedad uruguaya que va evolucionando positivamente hacia una laicidad que ya no es arrinconar lo religioso, arrinconar a la Iglesia católica, podría darse una aceptación cordial de esta propuesta. Pero eso ahora entró en la polémica y no hay más remedio que estar en el campo.

EC —Un mojón importante en este proceso fue el del año 1987, con la primera visita de un papa a Montevideo, Juan Pablo II, y la iniciativa que tomó el entonces presidente de la República, Julio María Sanguinetti, un agnóstico, para que la cruz quedara como monumento, como testimonio de un acontecimiento de carácter histórico. Se debatió mucho aquello, en la Junta Departamental fue rechazada la posibilidad, que terminó haciéndose viable por una ley que votó el Parlamento declarando monumento histórico esa cruz. Una ley que dividió a todos los partidos políticos.

DS —Exacto. Eso marcó un antes y un después. El retorno de la democracia en el 85, la visita de Juan Pablo II en el 87 –hubo dos visitas casi seguidas, en el 87 y en el 88–, marcaron, para mí, positivamente a este Uruguay tolerante, respetuoso y que camina hacia una laicidad positiva. En el 87, en la discusión acerca de la cruz, se manifestaron abiertamente distintas posturas, pero es interesante observar que la mayoría de ellas, incluso las que estaban en contra de la colocación de la cruz, señalaban la evolución positiva del Uruguay en este tema.

A la colocación de la cruz, que finalmente fue aprobada con toda esa polémica, siguieron varios hechos, sobre todo los de carácter político –que a veces son los más resonantes–, que señalaron ese nuevo rumbo de un Uruguay en el que la Iglesia, las iglesias u otras religiones pueden tener su lugar en el espacio público. No me refiero solo a monumentos, sino su lugar en el diálogo, en el diálogo social, en el diálogo político –político en el sentido más profundo de la palabra–. Creo que eso es sumamente positivo, porque habla de una sociedad que se va haciendo más respetuosa de las diferencias y que por lo tanto se abre más a una concepción libre y democrática de lo que es la vida social.

EC —Sí, pero yo citaba el antecedente porque aquel debate se laudó de forma muy dividida. El propio Sanguinetti en su último libro, Retratos desde la memoria, recuerda los números: en Diputados el proyecto de ley se aprobó 46 a 42 y en el Senado 19 a 12. Ahora, en la Junta Departamental todo indica que también la mano viene muy ajustada, si sale va a ser con un margen muy estrecho. Y también está dándose esto de que las posiciones se dan en un sentido y en el otro en todos los partidos, porque el rechazo en principio apareció dentro de la bancada del FA, pero se han ido sumando voces nacionalistas, pienso por ejemplo en Francisco Faig, columnista en el diario El País, o en el diputado Ope Pasquet, del Partido Colorado (PC).

Dice Ope Pasquet en una columna que publicó: “No es la laicidad lo que está en juego. El artículo 5 de la Constitución no solo consagra la libertad de cultos, sino que además dice que ‘el Estado no sostiene religión alguna’. Contra lo que algunos pretenden creer, o hacer creer, la Constitución no dice que el Estado deba sostener a todas las religiones por igual; dice que ‘no sostiene religión alguna’. Lo público es lo de todos, ateos, agnósticos o creyentes; ninguna parcialidad tiene derecho a apropiarse de lo que es común. Es legítimo y no molesta a nadie que los católicos, en ejercicio de la libertad religiosa que siempre han tenido en este Uruguay laico y tolerante, se congreguen a rezar sus oraciones en un espacio público, en la rambla o donde sea; pero lo que no pueden legítimamente hacer es apropiarse de ese espacio como si fuera solo de ellos, instalando allí una estatua”.

¿Qué responde usted?

DS —El diputado Pasquet lleva esos argumentos. Habría que ir a lo que fue la Constitución del 17, que comenzó a regir el 1º de marzo del 19. Allí se dio una discusión muy fuerte entre los que todavía querían mantener la unión Iglesia-Estado, que eran una minoría, los que querían hacer una separación con cierto grado de persecución, sobre todo con el tema de los bienes de la Iglesia, propugnada sobre todo por el batllismo y el en ese momento minúsculo Partido Socialista, y la postura tolerante, que fue la que presentó el Partido Nacional (PN), que fue una postura de transacción. Con esa Constitución y la reforma del artículo 5 –el artículo 5 de la Constitución del 30 decía que la religión del Estado era la católica apostólica romana– se quiso llevar la paz a un tema difícil que fue todo el proceso secularizador uruguayo. Marcar de ese modo qué quiere decir “el Estado no sostiene religión alguna” es la postura de algunos, pero en definitiva hay que ir al espíritu, que fue de transacción.

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